Martin Wolf, comentarista económico principal del Financial Times, analiza el costo de un futuro bajo en carbono.

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El debate acerca de qué hacer con respecto al cambio climático se ha quedado atascado. A pesar de palabras copiosas y numerosas conferencias internacionales, incluyendo una cumbre de la ONU en Nueva York esta semana, las emisiones de gases de efecto invernadero continúan su marcha ascendente. ¿Podría esto cambiar? Uno puede, al menos, identificar las condiciones necesarias. Una de ellas es el liderazgo.

Pero la más importante es la muestra de que la lucha contra el cambio climático es compatible con la prosperidad. La posibilidad de combinar la eliminación del cambio climático fuera de control con el aumento de los niveles de vida podría ayudar a transformar el debate.

Todos menos los escépticos más empedernidos deben reconocer que la probabilidad de un cambio climático irreversible es mucho mayor que cero. Pero el costo de la compra de un seguro contra ese riesgo también cuenta. Afortunadamente, estos costos podrían ser bastante bajos y, en algunos aspectos, incluso negativos: la eliminación de la dependencia de la electricidad generada por carbón, por ejemplo, produciría beneficios para la salud. La construcción de ciudades más compactas también traería beneficios similares.

CUESTIÓN DE INFRAESTRUCTURA

Ambos ejemplos provienen de un nuevo e importante informe de la Comisión Global sobre la Economía y el Clima, el cual resalta cinco puntos fundamentales. En primer lugar, la naturaleza de la infraestructura que construyamos en los próximos 15 años determinará las posibilidades de mantener el calentamiento global promedio a menos de 2C, nivel por encima del cual muchos científicos piensan que el cambio podría ser catastrófico. En segundo lugar, para lograr un cambio de este tipo, el mundo debe empezar a cambiar su comportamiento desde ya.

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En tercer lugar, en este período se realizarán grandes inversiones en la infraestructura que moldearán el desarrollo urbano, el uso del suelo y los sistemas de energía. En cuarto lugar, al tomar decisiones de inversión adecuadas, el mundo podría alcanzar al menos la mitad de las reducciones de las emisiones necesarias para el 2030. Por último, el orientar los modelos de inversión y de innovación en la dirección deseada añadiría poco costo económico y traería muchos beneficios.

Éste es un mensaje alentador y contiene partes que tienen mucho sentido. El informe estima los subsidios a los combustibles fósiles en US$600 mil millones al año, contra los subsidios de sólo US$90 mil millones a la energía limpia. Esto no tiene sentido en absoluto, especialmente al tomar en cuenta el daño causado por las emisiones.

En China, la dependencia del carbón ha convertido al país en el mayor emisor del mundo de gases de efecto invernadero. Además del impacto en el clima, esto ha resultado en un terrible nivel de contaminación local. Un cambio podría conducir a un resultado positivo doble: las reducciones en la dependencia del carbón reducirían la contaminación local y global.

Un estudio del Fondo Monetario Internacional sostiene que el precio del carbono podría beneficiar a muchos países, incluso si se ignoran todos los beneficios globales. En promedio, se sugiere, el precio justificado por consideraciones nacionales sería de US$57 por tonelada en los 20 mayores emisores, muy superior a los precios recientes en el sistema de comercio de emisiones de la UE. Tendría sentido cobrar un impuesto de este tipo y utilizar los ingresos para reducir los impuestos más dañinos. Del mismo modo, los subsidios al consumo en muchos países exportadores de petróleo son un desperdicio enorme y deben ser eliminados inmediatamente.

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Por otra parte, las zonas urbanas son responsables de alrededor del 70% del uso de energía. En las economías emergentes están creciendo rápidamente. El informe de la comisión contrasta Atlanta con Barcelona, dos ciudades prósperas con poblaciones similares.

La primera genera 10 veces más emisiones de dióxido de carbono procedentes de medios de transporte. Las ciudades del futuro deben optar por ser más como Barcelona. El uso del suelo se puede mejorar de forma masiva, a la vez que se aumentan los ingresos de los agricultores. La deforestación ilimitada, por ejemplo, no conlleva ganancias sino enormes derroches económicos y ambientales.

GANANDO EFICIENCIAS

Por último, en materia de energía, estamos constatando disminuciones masivas en el costo de las energías renovables, sobre todo en la generación de energía solar, conjuntamente con una mayor capacidad para gestionar fuentes de alimentación intermitentes. Las energías renovables y otras fuentes de energía bajas en carbono (incluyendo las nucleares) podrían, argumenta el informe, representar más de la mitad de la nueva generación de electricidad en los próximos 15 años.

Esas transformaciones deben lograrse por medio de una combinación de establecimiento de precios, inversión, la promoción de la innovación y de la planificación (sí, la planificación del desarrollo urbano). Todo esto también requiere una combinación de acciones de parte de empresas públicas y privadas. Nada de esto es nuevo. El sector público ha desempeñado siempre un papel importante en la provisión de infraestructura y de apoyo a la innovación.

¿Cuál sería el costo? El informe sugiere que los costos de inversión incrementales de un futuro bajo en carbono en comparación con el actual alto en carbono serían muy pequeños. Sugiere, por ejemplo, que los costos anuales de inversión en las infraestructuras necesarias para el transporte, la energía, los sistemas de agua y las ciudades serán alrededor de US$6 billones al año. Los costos adicionales de infraestructuras bajas en carbono serían de unos US$270 mil millones anuales.

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Modelos económicos plausibles sugieren que la pérdida total de la producción mundial en 2030, bajo la opción de bajas emisiones de carbono, sería equivalente a un paréntesis de un año en el crecimiento económico. Los costos de la crisis financiera son con casi total certeza mucho mayores.

El informe también hace una serie de propuestas razonables para asegurar la transición. Entre ellas se encuentran la fijación de precios adecuados del carbono, la eliminación gradual de los subsidios a los combustibles fósiles y los incentivos para la expansión urbana, la promoción de los mercados de capitales para las inversiones bajas en carbono, fomentar la innovación en tecnologías de bajas emisiones, detener la deforestación y, no menos importante, la aceleración del cambio.

Sin embargo, el punto crucial es que un futuro bajo en carbono no tiene por qué ser uno de miseria perpetua. Con el apoyo adecuado de los gobiernos, el mercado podría ofrecer tanto una mayor prosperidad y un riesgo mucho más bajo de un clima desestabilizado. No hay por qué persistir en apostar ciegamente en el casino climático. En su lugar, es posible combinar el crecimiento con un futuro menos riesgoso para el medio ambiente. Continuar con el status quo es irracional. Pero los cambios que debemos hacer deben hacerse ahora. Más tarde será demasiado tarde.

El Comercio