Foto: Andina

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ProActivo

Tía María se va ¡No! Se queda. Se va, se queda. El impacto ambiental es grave ¡No! Es mentira. Esas son las afirmaciones que han rondado abiertamente en torno a la crisis vivida por Tía María. Las acusaciones van de un lado al otro y la opinión pública piensa: ambos bandos tienen algo de razón. Los propios pobladores de Islay así opinan.

Los antimineros no quieren desarrollo, es un argumento reiterado de quienes apoyan la realización del proyecto de inversión minera. La pregunta es ¿estos grupos exclaman ¡opongámonos al desarrollo!? Es absurdo. La protesta es real y en una zona costera, no un lugar remoto ni una región extremadamente pobre… ¿Qué les motiva a seguir las palabras de aquellos dirigentes que se oponen al proyecto?

Todo indica que es un tema de distribución de la riqueza. Por un lado, los ingentes montos tributarios que las empresas mineras pagan puntualmente han sido mal empleados por la corrupción que de manera grotesca en diversos gobiernos regionales ha dilapidado el dinero que le correspondía al país y por ende a todos peruanos.

De otro lado, no es un descubrimiento que ciertas personas, ONGs y nuevas consultoras en lo social y ambiental, ante el boom de la minería en el país, se colgaron de las grandes empresas mineras autocalificándose de “gurús” para temas que requieren un auténtico entendimiento interinstitucional y nacional con el encadenamiento que ello conlleva.

Favorecidos por el amiguismo o las buenas relaciones, flaco favor le hicieron al ahora golpeado sector, cuando cobraron sobrevaluados montos,  poniendo entre los requisitos un menor acercamiento directo de la empresa con la colectividad, vendiendo un fino sebo de culebra para supuestamente resolver los conflictos e irrogándose una cuestionable responsabilidad social en temas económicos. Porque al fin y al cabo, lo que motiva la realización de un proyecto minero es un tema de rentabilidad económica, que en los últimos años ha recibido del mundo, el pedido que tenga un mayor alcance social.

El Estado promueve la minería para pagar las cuentas del país e invertir en su desarrollo. No es para ostentar el mejor oro o cobre del mundo o para que dichos fondos sean mal empleados.