obstaculos

Por Rafael Zavala

Tristeza, frustración, impotencia, rabia, miedo, angustia, pesimismo; devoradores de nuestra salud, parásitos que se hacen fuertes en la adversidad. Sentimientos por los que todos hemos pasado, o estamos pasando o pasaremos. “Ríe y el mundo entero reirá contigo, llora, y llorarás solo”. A. Wilcox.

La adversidad es una visita siempre inoportuna que separa a personas admirables que saben cómo vencerla de otras que se ahogan en el mar. Es inútil querer huir de ella. No se puede cambiar. Lo que sí podemos es elegir nuestra respuesta y utilizarla como palanca de aprendizaje.

Es un despertador, que nos llama a afianzar la autoconfianza, y a desempolvar la ilusión, el coraje, la perseverancia y las ganas de salir de ese túnel doloroso.

Yo no admiro a la gente que ve cuando hay luz, sino a aquellos que ven desde la oscuridad, es decir, a la gente que aun cuando las cosas se han puesto feas sigue creyendo en sí misma. La semana pasada fui a visitar a un cliente y además amigo, que me contó que le acababan de diagnosticar leucemia. La hora que estuve con él me hizo el día. Un gran ejemplo realmente, la forma como había tomado las cosas y estaba llevando la enfermedad. Y es que el miedo a perder te encoge los músculos. Perder a un ser querido, una relación, una illusion, un trabajo. Es fácil escribir, pero difícil, muy difícil ser el protagonista de estos episodios y adoptar una actitud positiva y luchar por salir adelante.

Otras veces no es un hecho puntual lo que desencadena una tristeza, la mayoría de las personas tenemos viejas heridas que no han terminado de cicatrizar. Y a veces se hacen más presentes para recordarnos que siguen allí, abiertas, y que deberíamos ponernos a trabajar para cerrarlas de una manera definitiva. Creemos que el tiempo lo cura todo, y eso sería muy cómodo, pero no es cierto, el dolor no desaparece por cerrar los ojos. El tiempo solamente pasa, pero las viejas heridas seguirán presentes en nuestra vida, a no ser que nos ocupemos de sanarlas.

Y la pregunta del millón: ¿cómo salimos de una gran crisis personal? Acudo a Bernabé Tierno, psicólogo español y autor de más de diez libros sobre resiliencia. Nos dice: “En primer lugar considera otras formas de interpretar y leer los hechos problemáticos. Frena en seco tu mente calenturienta, corta por lo sano pensamientos negativos que tu mente desarrolla al dramatizar sobre la situación preocupante. Busca lo positivo de ese hecho problemático.

No vale la pena pelearte con lo que no puedes modificar. Hay que estar en paz con lo irreversible. No digo que seamos perdedores, todos queremos ganar pero ¿qué va a pasar si pierdes? Reinterpreta el pasado con actitud mental positiva y reafírmate en la idea de que hasta las mayores desgracias y los hechos más dolorosos te reportaron algún beneficio. Busca alternativas y soluciones prácticas. No es cuestión de encontrar la solución perfecta, sino de dar con una salida airosa que te alivie y permita recuperarte. Después de la tempestad viene la calma. Por último acepta lo irreversible, lo inevitable, lo que no admite otra estrategia que la simple aceptación serena de algo que ya es y no puede dejar de ser, pero hazlo con mente positiva, recordando que hasta lo inevitable nos enriquece y nos enseña a vivir”.

Hellen Keller, sorda, muda y ciega desde los primeros meses de vida, escribe: “La mayoría de la gente mide su felicidad en términos de placer físico y posesión material. Si la felicidad se pudiera medir y palpar, yo que no puedo ver ni oír, tengo todos los motivos para sentarme en una esquina y llorar sin parar. Si a pesar de mis privaciones, soy feliz. Si mi felicidad es tan profunda que se convierte en una filosofía de vida, entonces resulta que soy una persona optimista por elección”.

Recientes estudios de Harvard realizados por Martin Seligman y Tal Ben Shahar confirman que las personas sin un Dios son más infelices en promedio que las que sí lo tienen. La religión a lo mejor no te hace mucho más feliz cuando estás bien, pero sí es un remedio infalible el utilizarla cuando estás de malas. En mi experiencia personal, aunque tenga ahora y haya tenido mil razones para estar triste, como católico siempre tendré por lo menos una para estar alegre: que Dios está conmigo. Por paradójico que parezca -afirma Martin Seligman-, las personas que logran más cosas buenas en la vida no son, en general, más felices que las menos afortunadas.

Hay varios estudios que demuestran que las cosas buenas y los grandes logros ejercen una influencia sorprendentemente baja en el incremento de la felicidad. Bernabé Tierno en un reciente estudio realizado indica que en cuanto a los multimillonarios con patrimonios por encima de los US$100 millones, con grandes mansiones, yates y aviones privados, tan sólo se sienten ligeramente más felices que el ciudadano medio.

Lo que sí influye son los demás: cuanto más feliz es alguien, más desea comunicar su estado a quienes lo rodean, y cuando más hundido está, más necesita de una compañía que lo ayude a salir de ese estado. Nadie puede ser feliz solo. Las cosas que nos gustan suelen venir de fuera. La clave de la felicidad está en el modo como usamos el tiempo. El dinero sí puede dar felicidad, y mucha, siempre y cuando lo compartas, o con los que más quieres o en obras de ayuda social. Tierno decía que así como el hombre mira con los ojos, pero ve con la mente, no nos hacen sufrir las cosas, sino las ideas que tenemos de las cosas.

Como recibimos procesamos y almacenamos los cuentos de la vida es un proceso decisivo en nuestra relación con ella. Los hechos son aquellos en lo que uno los convierte. La adversidad y la tristeza no provienen de la realidad, sino de cómo la interpretamos. La felicidad tiene que ver con saber qué quiero hacer con mi vida. El que no sabe lo que quiere no puede ser feliz. Cada día está lleno de posibilidades, si sabemos leerlo adecuadamente. Podemos convertirlo en un valle de lágrimas o en un paraíso. Cambiemos ahora, antes de que sea tarde. ¡Vamos para adelante!

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