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Cuando se trata de hacer amistad con su jefe, colegas o sus subordinados, siga los consejos del filósofo griego Aristóteles.

¿Cómo es un buen jefe? Se pregunta Santiago Íñiguez, decano del IE Business School, en su artículo publicado por LinkedIn.

Algunos respetados expertos en ciencias empresariales lo describen como una persona un tanto deshumanizada y centrada en los resultados –por lo general medidos durante un corto período de tiempo a través de paneles y tarjetas de puntuación; además es hipercompetitiva y nunca deja que sus sentimientos o instintos interfieran con la realización del trabajo.

Por otra parte, los jefes no pueden tener amistad con sus subordinados por temor a poner en peligro su necesidad de dirigirlos con firmeza, de corregirlos, o eventualmente despedirlos.

Esta interpretación más rígida es más o menos la de Linda Hill y Kent Lineback de Harvard Business School, como señalan en su libro “Being the Boss: The Three imperatives for Becoming a Great Leader”: los jefes no pueden ser amigos con sus subordinados. Y si bien forjar amistad con los empleados –argumentan– es una tendencia natural entre los seres humanos para buscar lo mejor de la gente, para evitar conflictos o para comprender la situación personal o familiar de los demás, también advierten que los jefes pueden utilizar las amistades para asegurar apoyo y un mejor rendimiento.

En lugar de ello, dicen, las relaciones profesionales deben regirse por otros factores. Para empezar, la amistad nunca debe ser un medio para un fin. Además, las verdaderas amistades solo pueden desarrollarse entre personas iguales. Los jefes están ahí para ejercer presión cuando sea necesario con el fin de producir mejores resultados; la amistad se trata de reciprocidad. Y por supuesto, como señalan Hill y Lineback, simplemente no es posible ser amigo de toda la plantilla.

Está perfecto, pero como sabemos por experiencia siempre hay un aspecto utilitario en todas las amistades: solemos tener ciertas expectativas de nuestros amigos, ya sea que buscamos su apoyo, consejos, o simplemente un buen momento cuando nos reunimos.

Al mismo tiempo, los empleados tienen ciertas expectativas de sus jefes, y si estas no se cumplen, pueden incitarlos a abandonar la empresa. Creo que todos sabemos a estas alturas que una de las principales razones por las que las personas se mueven es porque no pueden llevarse bien con su jefe.

“Philia (palabra griega para la amistad), es el motivo de la sociedad”, escribió Aristóteles. “La sociedad depende de la amistad. Después de todo, la gente ni siquiera se iría de viaje con sus enemigos”. Creo que el mismo principio se aplica al mundo laboral, que suele ser un microcosmos de la sociedad. Aristóteles cree que hay tres tipos diferentes de amistad: de utilidad, de placer y de virtud “por lo que la otra persona es”, porque ambos “se parecen entre sí por su excelencia”.

Los dos primeros tipos de amistad, dice Aristóteles, tienden a ser temporales, mientras que el tercero incluye elementos de los dos primeros, y es la verdadera amistad. Este tipo de sana amistad se encuentra entre las personas virtuosas y “dura mientras que sean buenos, y la excelencia sea algo duradero”. Pero, ¿podría tal amistad desarrollarse en un contexto de negocios, por ejemplo, entre jefe y empleado? Creo que Aristóteles estaría de acuerdo en que sí podría, siempre y cuando la relación se base en la “excelencia”. De cualquier manera, dice el filósofo, tales amistades son infrecuentes.

Pero cuando uno piensa en ello, ¿por qué un jefe y un subordinado no pueden ser amigos? Como señala el pensador contemporáneo británico AC Grayling, la historia y la literatura están llenas de ejemplos de amistad entre líderes y subordinados: Eneas y Achates, Aquiles y Patroclo, Orestes y Pílades, Cyrus y Araspes o Escipión y Lelio, y eso es solo en el Mundo Antiguo.

Lo que caracteriza a estas relaciones es que el jefe necesita alguien en quien pueda confiar, alguien con quien puede estar a gusto, pedir consejos de forma desinteresada, compartir sus preocupaciones, o simplemente buscar consuelo. En cuanto al subordinado, dice Grayling, él o ella “tiene que ser capaz de comprender las cualidades del jefe, debe ser capaz de discutir, compartir actitudes y sentimientos acerca de las cosas, tiene que haber confianza entre ellos, como si una igualdad perfecta subsistiera entre ellos en su interacción”.

En términos aristotélicos, una amistad entre jefe y subordinado no debe basarse únicamente en el logro de objetivos compartidos o en pasar juntos un buen momento, sino que también debe incluir una visión compartida de excelencia, de valores, y de identificarse con la misión y los valores de la compañía.

Y aquí es donde el papel de la alta dirección es tan importante: los líderes deben crear una cultura organizacional que promueva los principios de la empresa, reflejados en las decisiones que toman y la relación entre los miembros. Sin ellos, no hay chances de amistad en el lugar de trabajo.

Obviamente, no estamos hablando aquí de una amistad que consiste en salir después del trabajo, o en tener los mismos gustos y aficiones, o discutir asuntos personales. En cambio, esta amistad debe nacer de forma natural. Hay jefes extrovertidos que disfrutan socializar con sus empleados, dentro y fuera del lugar de trabajo. También hay personas más introvertidas, que buscan un encuentro de pensamientos.

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