Marita Chappuis

Marita Chappuis

Por Marita Chappuis

La semana que pasó hemos visto debates candentes sobre qué hacer con PetroPerú. David Rivera escribió en su columna que muchos países mantienen empresas estatales y puso como ejemplo a la exitosa Codelco. Cecilia Blume le contestó resaltando las cifras rojas y la abundancia de notas a los estados financieros de nuestra mayor empresa estatal.

No voy a escribir sobre PetroPerú porque no la conozco; pero durante mi vida profesional creo que las empresas se pueden dividir en dos grandes categorías: las que se gestionan bien y las otras.

Nosotros leemos ahora que Cerro Verde está culminando su proceso de ampliación de más de US$4,000 millones, donde instalará una de las mayores concentradoras del mundo. Nadie recuerda que cuando fue privatizada sólo se presentó un postor que no pagó más de US$40 millones. La razón era muy simple: el análisis económico arrojaba cifras negativas para el VPN.

En la privatización de Tintaya ocurrió lo contrario. Hubo muchos postores por tres razones: tenía reservas, buenas instalaciones y el distrito minero era muy interesante.

La construcción de Tintaya fue una jugada maestra. El Estado no tenía dinero, y construir la mina costaba más de US$200 millones. PPK y el presidente del directorio (H. Labarthe) lograron convencer a una entidad de desarrollo canadiense y a un sindicato de bancos (entre los que estaba el BCP) aportar todo el capital que se necesitaba para la construcción y puesta en marcha; con el sólo aporte de las concesiones y algunos estudios, que los valorizaron en US$60 millones. Cuando comenzó a operar Tintaya, la cotización del cobre estaba en US$0.60/libra y la empresa no pudo pagar sus deudas. Alan García había ganado las elecciones y uno de sus mejores amigos era presidente del directorio. Pero hubo un cambio de presidente, y nombran a un ingeniero de minas de larga trayectoria: Juan Herrera Valdeavellano.

Inmediatamente se dio cuenta de las dos debilidades de la empresa: no tenía reservas ni el clima laboral. Contrató una extensa campaña exploratoria y descubrió reservas para más de diez años, y se enfrentó a los sindicatos en una negociación de 72 horas, día y noche. A punto de café, no paro de discutir punto por punto los acuerdos de la negociación laboral, y así se restableció el principio de autoridad.

Esta semana leía a Axel Kaiser que advertía que Codelco había caído presa de sus sindicatos y me acordaba de ese grupo que supo redireccionar a Tintaya, que luego de la efímera gestión exitosa del Ing. Herrera volvió a caer en la mala presidencia. Esta vez era una amiga del presidente regional cusqueño, sin ninguna experiencia previa en minería ni administración.

En mi paso por el Minem conocí más de cerca a Centromin, que impresionaba con el alto nivel técnico de sus ingenieros. Tenía un presidente ejecutivo que vivía quejándose de sus 32 sindicatos, y que toda la caja se la llevaba el MEF. Exactamente la misma queja que hoy hace el presidente ejecutivo de Codelco en Chile.

Si las empresas públicas pueden ser lideradas por profesionales con trayectoria y si la empresa no se convierte en un campo de disputas políticas, las empresas públicas pueden ser exitosas, pero ¿qué gobierno puede asegurar esto?

Fuente: Semana Económica