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La propiedad y uso de la tierra, sigue siendo un tema de debate no resuelto y aunque estamos en el siglo XXI, en el Perú, al igual que en otras partes del mundo, es la causa de muchos conflictos.

El ordenamiento territorial, una de las “mágicas soluciones”, es importante pero no suficiente. El alto justiprecio que se le otorga a la tierra por su valor intrínseco, terrenos en zonas muy remotas sin acceso a una serie de servicios básicos- es valioso, genera un movimiento económico, pero es precario e insuficiente si no va de la mano con el desarrollo humano para las poblaciones que habitan en dichos lugares. Es un tema que supera los mayores o menores ingresos económicos para dichas zonas y que corresponde atender.

Sobre desarrollo humano, las Naciones Unidas, refieren que comprende la creación de un entorno en el que las personas puedan desarrollar su máximo potencial y llevar adelante una vida productiva y creativa de acuerdo con sus necesidades e intereses.

La preocupación por la tierra es muy antigua y universal. Y a su vez afecta directamente el lado social y económico, cuando la actividad de la persona está ligada a la agricultura, aunque sea de subsistencia. O cuando el Estado requiere extraer del subsuelo sus recursos minerales para beneficio nacional.

En Perú, ya en la época del Incanato, el Estado repartía las tierras -aunque de manera jerárquica-, el fin era una distribución y aprovechamiento ordenado. Actualmente eso no ocurre en su integridad, tanto en las zonas rurales como incluso en las zonas urbanas. Por otro lado, el esperado Ordenamiento Territorial, no puede ser visto solo como un tema ambiental.

Por el lado jurídico, la falta de un catastro urbano rural completo ocasiona que tanto las personas naturales (podría ser un campesino o un invasor), así como la persona jurídica (llámese empresa, comunidad o gobierno local), para ser propietarios de un terreno eriazo y no se lo quiten, tienen que impulsar ellos mismos sus procesos de inscripción ante la Superintendencia Nacional de Bienes Estatales y la Sunarp. Menudo lío en el cual surgen inescrupulosos de cualquier lado para sacar provecho, dejando como huella pequeños o grandes conflictos.

Aunque la urbe da otra connotación a la tierra, es un desafío autoevaluarnos cuando llegue el año del bicentenario de la independencia nacional y saber cuánto y cómo avanzamos en esa ruta hacia la prosperidad.

Mónica Belling Salas