(Foto: Cinthia Cherres)

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ProActivo

Por Mónica Belling

En un intenso thriller se ha convertido la historia del proyecto Río Blanco, en Piura. Pero esta vez una nebulosa aún más densa recae sobre el yacimiento de cobre considerado entre los 10 más importantes del mundo, el cual está sembrado de protestas, torturas, muerte, tráfico y “negocios”.

El yacimiento en frontera internacional y regional, más cerca de Ecuador que de Cajamarca, es escenario de las más tristes historias vinculadas a la minería en los últimos 20 años. Sin que se haya concretado la operación y ni un gramo de cobre haya sido extraído de la zona, es el lugar que tiene un “zafarrancho de combate”, para cualquier circunstancia. Es decir, un organizado fantasma, casi etéreo con mil caras y ninguna, está siempre dispuesto a combatir e impide que lleguen al lugar personas que lleven consigo la legalidad. “Por supuesto”, es irreconocible también para quienes tienen la responsabilidad de resguardar dicha zona que desde el año 2004, cobró visibilidad por el gran proyecto cuprífero en perspectiva.

Las comunidades de Ayabaca, Pacaipampa, Yanta, Morropón y Huancabamba, padecen en esta historia, tanto como quienes trabajan para la compañía minera que tenaz insiste en poner en marcha una mina proscrita por no se sabe quién. Ahora las víctimas fatales son jóvenes inexpertos que quizá solo veían una geografía agreste pero rica en minerales, sin esperar los aterradores fantasmas del lugar.

En esta oportunidad es más confusa y cortante la tragedia que se ha producido en Piura. Esta vez no hay declaraciones, no hay visitas de representantes sectoriales del gobierno, solo rescatistas. El silencio sobre el tipo de delincuencia que camina por el lugar, es obligado. Aunque el gobierno ha declarado reiteradamente en el último año, “Perú es un país minero”.

Quizá todo quede como un simple accidente de una desprotegida brigada minera de la empresa cuyo principal accionista es una de las más poderosas en el mundo: la china Zijin Mining Group Co Ltd, que recientemente se asoció a Barrick con un 50 por ciento, en su proyecto de Papúa Nueva Guinea, dándole así a la gigante de oro la liquidez que necesita.