Cada vez que la palabra ‘nacionalización’ emerge en la campaña electoral, la imagen de Bolivia sale a relucir. Y es que el país altiplánico se ha erigido en el imaginario popular como un modelo de gestión de los recursos naturales, particularmente, del gas y el petróleo, gracias a las iniciativas nacionalistas adoptadas por Evo Morales (2006-2019).
Por eso, no causa sorpresa que varios candidatos a la presidencia del Perú hayan manifestado su intención de imitar la experiencia boliviana. Pero, ¿qué tan realista es esta imagen y qué opinan los especialistas del país altiplánico sobre esta apreciación?
Este Diario conversó con dos exministros de hidrocarburos y un economista boliviano para que nos ilustren al respecto.
NACIONALIZACIÓN SIN EXPROPIACIÓN
A lo largo de su historia, Bolivia ha experimentado dos procesos de nacionalización: el de 1937, que condujo a la expropiación y expulsión de la Standard Oil, y el de 1969, que hizo otro tanto con la Gulf Oil Company.
En ambos casos, explica Mauricio Medinaceli, exministro de hidrocarburos de Bolivia, se tuvo que indemnizar a las empresas expropiadas (US$27,9 millones para Standard Oil y US$242millones para Gulf ).
La ‘nacionalización’ del 2006, sin embargo, no conllevó el desembolso de un solo dólar de indemnización, porque “no hubo una nacionalización en el sentido ortodoxo del término”, apunta Medinaceli.
En otras palabras, ninguna de las empresas petroleras que operaban en Bolivia fue expropiada o expulsada.
“Lo que hubo fue una firma obligada de contratos de exploración y explotación, que cambió las condiciones que tenía Bolivia con las empresas petroleras”, explica Medinacelli.
Amenazadas por Morales, las empresas de hidrocarburos (Petrobras, y Repsol entre ellas) se sentaron a negociar un nuevo contrato que convirtió al Estado boliviano en el dueño nominal de los recursos de gas y petróleo, a cambio de un aumento en los impuestos.
Precisamente, el esquema que pretende aplicar Perú Libre en un eventual gobierno suyo.
NEGOCIACIÓN FORZADA
En su plan de hidrocarburos publicado esta semana, Perú Libre propone sentar a las empresas petroleras en una mesa de negociación para discutir “el establecimiento de nuevas condiciones contractuales” durante el lapso de un año.
Para ello, la agrupación política advierte que trabajará en la promulgación de un marco normativo que las obligará a renegociar “desde una posición de fuerza”.
El objetivo es imponer nuevos impuestos y regalías “para aumentar sustancialmente la inversión en educación y salud”, como explica en su programa de gobierno ‘Perú al Bicentenario sin Corrupción’.
Ni más ni menos que la misma estrategia aplicada por Evo Morales en Bolivia en el 2006. ¿Pero, cuál fue el impacto de este proceso en ese país?
De acuerdo a Medinaccelli, el impacto fue muy limitado, pues solo produjo un leve incremento de los impuestos, el cual hizo subir la renta petrolera “de manera muy ligera”.
Gonzalo Chávez, economista de la Universidad Católica Boliviana, es tajante al respecto: “La nacionalización de los recursos de hidrocarburos no tiene nada que ver con el auge del gas que experimentó Bolivia en 2008-2014”.
Desde su perspectiva, este boom se debió a dos factores principales: al alza del precio del petróleo (ligado al del gas) que anotó récords históricos durante la primera mitad del gobierno de Evo Morales (2006-2014), y al efecto recaudador del Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH), que fue creado un año antes que Morales accediera al poder.
Dicho impuesto, según todos los especialistas consultados para este informe, fue el que capturó la mayor parte de la renta petrolera y ayudó a Bolivia a tener los ingresos que impulsaron su crecimiento durante la era dorada del gas. ¿Cuál fue, entonces, el impacto de la nacionalización?
MODELO EN CRISIS
Para Chávez, el efecto fue, más que todo, propagandístico, pues permitió a Evo Morales vender a Latinoamérica la idea de que nacionalizar es el maná para todos los males de la economía.
“La nacionalización es un show que es muy difícil de revertir, porque se encuentra en los tuétanos de muchos latinoamericanos. ¿Pero, que ha pasado ahora en Bolivia? Pues, que todo se fue al diablo porque el precio del petróleo cayó, y eso confirma que el boom se debió a los precios. Nunca a la nacionalización”, anota Chávez.
El derrumbe del precio del petróleo a partir del 2014 desvaneció, efectivamente, el sueño del gas de Bolivia. Eso y la nacionalización de los hidrocarburos, que traía en su concepción un germen nocivo.
Y es que la renegociación de los nuevos contratos de hidrocarburos indujo a las empresas privadas a acotar sus inversiones y poner su atención en lo más simple: “exprimir las naranjas”, es decir, explotar sus campos petroleros, dejando la labor de explorar (más riesgosa) a la dueña nominal de los recursos: Bolivia, que lo ha hecho con pobres resultados.
Álvaro Ríos, exministro de Hidrocarburos de Bolivia, es claro al respecto: “El boom se termina porque se caen los precios y porque la exploración comienza a escasear y no hay reposición de reservas por parte de las empresas privadas, lo que obliga a que YPFB – la estatal boliviana – invierta en pozos sin el menor resultado”.
Reflejo de ello es que desde el 2006, año de la nacionalización de los hidrocarburos, no se ha producido ningún nuevo descubrimiento de gas en Bolivia.
Como resultado, su producción de gas natural comienza a declinar lentamente, lo mismo que los volúmenes de exportación a Brasil y Argentina, sus dos principales mercados. Esto conlleva a que en 2019 y 2020, el gobierno boliviano tenga que re-negociar con ambos países una reducción en sus exportaciones.
“En conclusión, si usted me pregunta cuál es el resultado de la nacionalización en Bolivia, yo le diré que en el largo plazo el sector hidrocarburos está en franca declinación”, apunta Medinaccelli.
Para Ríos el diagnóstico es dramático: “Si no hay un cambio de modelo, en 10 años más Bolivia va a necesitar importar gas natural para abastecer su mercado interno, porque YPFB se ha quedado sin recursos y no tiene capacidad financiera ni técnica para reponer reservas”, explica.
Un epílogo angustioso para una nacionalización iniciada con bombos y platillos.
Fuente: El Comercio