Muchos chinos han seguido de cerca la contienda presidencial en EE.UU., algunos de los cuales lo perciben como un espectáculo.

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“Es la campaña más entretenida que nunca y la esencia de la política estadounidense es el entretenimiento”.

Esa es la opinión de un estudiante chino de 19 años que ha seguido la carrera presidencial de Estados Unidos desde Pekín.

Y no es el único que se ríe. Ya sea que Hillary Clinton o Donald Trump el nuevo presidente tras las elecciones del 8 de noviembre, el Partido Comunista de China se considera desde ya como el ganador.

Durante décadas, el oficialismo chino ha dicho que la democracia estadounidense es una farsa, manipulada por y para una pequeña élite.

Ahora el candidato republicano a la Casa Blanca dice lo mismo.

Durante décadas, Pekín ha sido señalado por los políticos estadounidenses por encarcelar a los enemigos políticos

Ahora Donald Trump dice que la “deshonesta” Hillary Clinton debería estar en la cárcel.

 

La dificultad para hablar con las autoridades del Partido Comunista Chino

“La carrera al final hará que la gente repiense el valor de la democracia“, comentó un diario estatal chino, mientras que otro dijo que la carrera presidencial se había convertido en “una broma sin precedentes”.

Por supuesto que sería peligroso para los medios de comunicación chinos o para la gente común hacer los mismos comentarios sobre su propio sistema político.

La única institución que puede ser descrita como una broma sin que eso tenga consecuencias, es el equipo nacional de fútbol.

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Image caption China celebra su modelo de “democracia consultiva” en la que las decisiones se toman en deliberaciones a puerta cerrada.

“Educación patriótica”

Mi impresión es que el punto culminante de la admiración china hacia la democracia occidental se produjo durante y después de las protestas de Tiananmen en 1989.

Un cuarto de siglo atrás, con la caída de los regímenes comunistas en Europa del Este y la desintegración de la Unión Soviética, incluso muchos miembros del Partido Comunista Chino me dijeron que su propio Estado de partido único no podría subsistir.

Pero entonces la democracia rusa se quebró, las aventuras militares y la crisis financiera global abollaron la credibilidad de Estados Unidos, y la enredada primavera árabe socavó el atractivo de la democracia electoral entre los chinos cuya experiencia de la guerra civil los hace temer más al caos que a todo lo demás.

En el mismo cuarto de siglo, el Estado chino de partido único logró un enorme crecimiento de la riqueza.

Sus líderes se embarcaron en una gran campaña de “educación patriótica” para aprovechar al máximo la propaganda de los males de los demás y resaltar los avances en casa.

Desde la llegada del presidente Xi Jinping, esta tendencia se ha ido cristalizando en una confianza sobre el modelo de “democracia consultiva” de China.

Yang Rui, un viejo conocido en la televisión estatal de China, me dijo que era un error usar las urnas para decidir todo “porque hay que suponer que cada votante es racional y razonable”.

“La gente parece olvidar los problemas graves. Hablan de sexo, conversaciones de vestuario, de hombres y su comportamiento horrible. Los debates se hacen desagradables y socavan la fuerza de la democracia occidental”.

Fang Xinghai, otro alto miembro del Partido, dijo que la fortaleza del sistema consultivo de China es la deliberación intensa que tiene lugar a puerta cerrada en el interior del propio organismo político.

“Esto ha permitido a China tener cuarenta años de crecimiento ininterrumpido dentro de un sistema estable. La deliberación tranquila es una forma más eficaz de la política que un concurso de gritos frente al público, pues la formulación de políticas es complicada”.

En mi experiencia, y a pesar de sus siete décadas de comunismo, los chinos tienden a ser más pragmáticos que ideológicos.

Si su sistema político provee, no les importa cómo se llame y no insisten en ir a las urnas para votar por uno u otro.

Esto no los hace ciegos a sus defectos: muchos son conscientes de que sus gobernantes pueden ser corruptos, infantiles, arbitrarios y crueles.

Pero las prisiones llenas de disidentes políticos y religiosos, sindicalistas y abogados de derechos humanos son una prueba de que el intento de cambiar el sistema es un acto de valor casi suicida.

Durante las últimas cuatro décadas, el Partido ha ofrecido crecimiento, paz y orgullo nacional.

¿Eso equivale a un afecto por el Partido Comunista, o sentir orgullo de él? Difícilmente.

Más a menudo me encuentro con tolerancia a regañadientes, y los líderes del partido lo saben mejor que nadie.

Esta semana, el Partido tiene una reunión clave en Pekín en la que se compromete a hacer frente a la disciplina y la conducta.

Al mismo tiempo que se está transmitiendo una serie de documentales en la televisión en horario estelar que muestran el ascenso y la caída de los jefes del Partido corruptosque se creían intocables.

Y día tras día, funcionarios son enviados de regreso a lugares de peregrinación de la revolución comunista para renovar sus votos con el partido y su fervor ideológico.

¿Esto será suficiente para mantener a China limpia?

En ausencia de medios de comunicación libres, tribunales independientes y un sistema de creencias coherente, probablemente no.

En los años de crecimiento rápido, tal vez China podría darse el lujo de tener una clase política con su mano en el bolsillo, pero no ahora que el crecimiento se está desacelerando.

El costo de miedo

Nunca deja de sorprenderme cómo el miedo del Partido Comunista de China es a su propio pueblo, y cómo nubla su juicio y sesga su toma de decisiones.

El miedo a las protestas callejeras amarra sus manos en la lucha contra la reforma de pensiones o de las empresas estatales.

El miedo a una evaluación que castigue sus errores hace que manipule la historia de una manera que distorsiona no solo el pasado sino también el futuro.

El miedo a versiones opuestas lleva a algunos de sus mejores y más brillantes miembros al exilio o a la cárcel.

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Image caption Muchos chinos han seguido de cerca la contienda presidencial en EE.UU., algunos de los cuales lo perciben como un espectáculo.

No hay que dejarse engañar de la serenidad de la “democracia consultiva” de China.

Todos los problemas que han sido puestas al descubierto en los EE.UU. —las viejas elites, la brecha generacional, la amargura de los obreros sin trabajo— son problemas de China también.

Puede que no haya una gran urna de momento, pero detrás de las puertas bien cerradas del Partido la lucha política es igual de intensa.

Y en China, el momento en que las puertas se abren y explota el debate en la escena pública rara vez llega con advertencia.

 

BBC