Gina Rinehart

La empresaria Gina Rinehart, conocida por ser la mujer más rica de Australia, ha diversificado su imperio minero invirtiendo fuertemente en el sector de los elementos de tierras raras. Aunque este rubro representa solo una fracción de su patrimonio, su participación estratégica en diversas compañías clave la ha posicionado como una de las figuras más influyentes en este mercado fuera de China.

A través de su firma Hancock Prospecting, Rinehart ha invertido cerca de US$ 800 millones en proyectos relacionados con tierras raras. Entre sus inversiones más destacadas se encuentra el 8,5 % de participación en MP Materials (NYSE:MP), valorada en US$ 317 millones. Esta empresa opera la única mina activa de tierras raras en los Estados Unidos, ubicada en Mountain Pass, en la frontera entre California y Nevada, y está próxima a inaugurar una planta en Fort Worth dedicada a producir imanes de alta potencia para General Motors.

También posee el 8,2 % de Lynas Rare Earths (ASX:LYC), equivalente a US$ 430 millones. Esta empresa australiana extrae minerales del yacimiento Mount Weld y ha puesto en marcha una moderna planta de procesamiento en Kalgoorlie, con el apoyo del Departamento de Defensa de los EE.UU., entidad que además financia parcialmente la construcción de una nueva instalación en la costa del golfo de Texas.

Rinehart también diversifica su portafolio con participaciones menores, como el 10 % de Arafura (ASX:ARU), responsable del proyecto Nolans, cerca de Alice Springs, y el 6 % de Brazilian Rare Earths (ASX:BRE), que ha realizado descubrimientos prometedores en el noreste de Brasil.

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A sus 71 años, Gina Rinehart no se limita a observar pasivamente la evolución de sus inversiones. Ha intervenido activamente en la industria, promoviendo su consolidación para enfrentar el dominio chino. En 2024, apoyó sin éxito una posible fusión entre Lynas y MP Materials. Esta última compañía ha optado recientemente por dejar de enviar concentrados de tierras raras a China, debido a los aranceles del 125 % impuestos por la administración de Donald Trump. “Vender estos materiales críticos bajo aranceles del 125 % no es comercialmente racional ni está alineado con el interés nacional”, expresó el portavoz de MP, Matt Sloustcher, en un correo reciente.

La política energética de Trump ha impactado fuertemente en este sector. En enero de 2025, el expresidente firmó la Ley de Emergencia Energética, destinada a impulsar el procesamiento interno de tierras raras en los Estados Unidos. Además, se lanzó el programa Fast-41, que respalda 12 proyectos mineros estratégicos en cobre, litio y otros minerales críticos.

El vínculo de Rinehart con Trump no es casual. Es conocida su simpatía por el expresidente, a cuya fiesta electoral en Mar-a-Lago y ceremonia de asunción asistió personalmente. Incluso adquirió propiedades por US$ 100 millones cerca de su residencia en Palm Beach. En declaraciones públicas, ha instado a los australianos a “pensar en grande” como Trump. Hija única del pionero minero Lang Hancock, quien falleció en 1992, Rinehart tomó el mando de Hancock Prospecting ese mismo año, revitalizando una empresa entonces al borde de la quiebra. Hoy, su principal activo es el 70 % del megaproyecto Roy Hill, en Pilbara, cuya construcción costó US$ 8.000 millones y que en 2024 generó US$ 1.800 millones en regalías.

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En el plano geopolítico, las tierras raras se convirtieron en un recurso estratégico tras el embargo chino de 2010 contra Japón. “Fue entonces cuando las tierras raras se convirtieron por primera vez en un arma geopolítica”, declaró Gracelin Baskaran, del Center for Strategic and International Studies. Desde entonces, Estados Unidos ha sido lento en diversificar sus fuentes. “Nuestra inacción está, en última instancia, otorgándole a China una moneda de cambio muy, muy poderosa”, agregó Baskaran.

La necesidad de asegurar cadenas de suministro estables ha llevado a que conglomerados como Sumitomo respalden a empresas como Lynas, que ahora abastece el 60 % de la demanda de tierras raras de los fabricantes japoneses. En 2019, la empresa anunció la construcción de una nueva planta en Kalgoorlie para refinar parcialmente el mineral extraído. Esta planta, inaugurada en 2024 con una inversión de US$ 800 millones, alimentará la instalación en desarrollo en Seadrift, Texas, situada junto a una antigua planta de Dow Chemical.

El nuevo complejo estadounidense procesará hasta 12.000 toneladas anuales de NdPr (neodimio-praseodimio), aproximadamente el 15 % de la demanda global. Con el apoyo del Departamento de Defensa —que aporta US$ 300 millones en subsidios—, el sitio tendrá una torre de enfriamiento de 60 pies, una laguna de una hectárea y 75 tanques donde se tratarán los minerales para obtener elementos como terbio y disprosio.

En 2024, Lynas reportó una ganancia neta de 85 millones de dólares australianos sobre ingresos por 460 millones. Su CEO, Amanda Lacaze, rescató a la compañía de la bancarrota en 2015 y la condujo a una capitalización de mercado de US$ 5.300 millones. “Hay una gran diferencia entre tener una buena idea y tener una bolsa de producto listo para entregar al cliente”, ironizó recientemente.

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Enfrentarse a un competidor como China —que mantiene el control sobre la refinación global con precios subsidiados— no está exento de riesgos. En 2013, Hitachi, con apoyo de la administración Obama, construyó una planta en Carolina del Norte para procesar tierras raras. Sin embargo, no pudo competir con los precios de Ganzhou, y la planta fue vendida en 2020.

Es por ello que el respaldo estatal, tanto en Estados Unidos como en Australia, es crucial. Los metales de tierras raras son indispensables para tecnologías estratégicas como aviones, misiles, turbinas eólicas, vehículos eléctricos y sistemas médicos avanzados. Hasta que las nuevas plantas de MP y Lynas estén plenamente operativas, los países occidentales seguirán dependiendo en gran medida de China para estos insumos vitales.

Ante este panorama, políticos australianos han propuesto crear una reserva nacional de tierras raras, que podría convertirse en una herramienta diplomática en futuras negociaciones comerciales y respaldar, a su vez, la audaz apuesta de US$ 800 millones de Gina Rinehart, quien ha transformado su fortuna en un instrumento geopolítico de alcance global.