Por Agustín Merea, director de Minería de Scania Perú
Cada 5 de diciembre, el Día del Minero nos recuerda que buena parte del crecimiento del Perú se sostiene, literalmente, sobre los hombros de quienes trabajan en socavones, tajos abiertos y plantas de procesamiento. La minería sigue aportando cerca de una décima parte del PBI y la mayor parte de nuestras exportaciones, pero aún arrastra brechas históricas en seguridad, formalización y sostenibilidad.
Este 2025 llegó con señales mixtas. La producción de cobre volvió a crecer y la cartera de proyectos se amplió, pero las inversiones avanzan con cautela, tensionadas por la conflictividad social, la tramitología y la incertidumbre regulatoria. Al mismo tiempo, la presión por descarbonizar las operaciones y elevar estándares ambientales y sociales ya no es opcional, sino condición para competir en un mercado global que exige trazabilidad y bajas emisiones.
En ese escenario, el transporte pesado (dentro y fuera de la mina) se ha convertido en un punto neurálgico. De él dependen la continuidad de la operación, el costo por tonelada movida y, sobre todo, la vida de miles de personas que comparten carreteras estrechas, zonas urbanas y corredores logísticos mineros. Cada accidente grave, cada bloqueo prolongado o cada falla de mantenimiento nos recuerda que el camión puede ser un habilitador de desarrollo o un factor de riesgo, según cómo se gestione.
Si queremos honrar realmente al trabajador minero, el debate no puede quedarse en los saludos protocolares. Necesitamos acelerar la renovación de flotas hacia tecnologías más eficientes y limpias, consolidar programas rigurosos de capacitación de conductores y mantenimiento preventivo, y aprovechar la conectividad y los datos para anticipar fallas, optimizar rutas y reducir tiempos muertos. No se trata solo de comprar equipos, sino de gestionar profesionalmente todo el ciclo de transporte.
Desde mi posición en la industria del transporte para minería, veo un consenso creciente: el futuro del sector será, a la vez, más competitivo y exigente en términos de seguridad, productividad y huella ambiental. En el Día del Minero, el mejor homenaje es comprometernos a que cada tonelada que sale de la mina llegue a destino con menos emisiones, menos riesgos y más valor compartido para el país y sus comunidades.
También debemos mirar de frente la otra cara: la minería informal e ilegal, que hoy concentra buena parte de los accidentes y de los impactos ambientales más graves, opera con camiones sin estándares mínimos, rutas improvisadas y jornadas que vulneran cualquier criterio de seguridad. Mientras el debate sobre la formalización se prolonga, miles de personas siguen expuestas. Integrar el transporte a las políticas de formalización (con requisitos de mantenimiento, trazabilidad de cargas y controles efectivos en los corredores viales) sería un avance concreto para cuidar vidas y territorio. Porque detrás de cada tonelada hay personas que merecen regresar a casa.

