Fue un arequipeño con alma de cusqueño. Un hombre honesto, leal. Juan Incháustegui fue ese tipo de persona en la que se podía confiar sin dudar; de la que siempre se podía recibir un consejo con la seguridad de que siempre sería acertado y muy bien intencionado.
Prueba de ello es que fue la única persona a quien le pedí que me acompañe en todos los directorios de las empresas y organizaciones del grupo: Hochschild, Cementos Pacasmayo, Tecsup y UTEC; y con quien trabajé -hasta dos días antes de su intempestiva y lamentable partida- ideas y proyectos como la construcción de un hotel en Moray de su amado Cusco, o el libro de la historia de Tecsup, que con tanto cariño dirigió y editó.
Llegó a nuestra vida a través de mi padre, quien lo fue a buscar al día siguiente que Juan dejó de ser ministro de Energía y Minas del gobierno de Fernando Belaúnde. Mi padre vio en él al hombre que por su integridad, capacidad y profesionalismo podía ser el director ejecutivo de Tecsup. Y así fue. Iniciaron su amistad y sellaron su relación laboral con una comida entre mi padre y mi madre, y Juan y María Luisa, su esposa -a quien amaba profundamente-, porque mi padre decía que la relación debería ser, antes que nada, familiar.
He vivido junto a Juan momentos inolvidables. De los muy buenos y los no tan buenos. Él fue la persona que me recogió en el aeropuerto cuando -luego de una intervención quirúrgica en el extranjero- regresé al Perú después de vivir los momentos más difíciles de mi vida, por un secuestro que me quitó a mi padre, y que me mantuvo cautivo varios días. Pero también con él terminamos de construir e implementar Tecsup Arequipa, consolidamos Tecsup Lima, dimos vida a Tecsup Trujillo, pusimos la primera piedra de UTEC, y participamos de su diseño arquitectónico y de la construcción.
Era un placer conversar y dialogar con Juan, porque sabía escuchar como poca gente, y respetaba y entendía lo que decía su interlocutor, aunque no estuviera de acuerdo. Un caballero, ecuánime y muy centrado, siempre tuvo gestos que lo pintaban de cuerpo entero como cuando se alejó del grupo sin que se lo pidiéramos, cuando postuló a la Alcaldía de Lima.
Jovial, siempre de buen humor, muy carismático y respetado, Juan era un eximio bailarín. Amaba al Perú, como amaba a su familia, profundamente, y vivió orgulloso de sus hijos.
Juan es de aquellos hombres que casi ya no existen. De aquellos con los que siempre se puede contar, y que nos dicen la verdad aunque no nos guste. De los que se convierten en amigos sinceros, entrañables, de toda la vida. De aquellos a quienes se extrañará por siempre.
Fuente: Gestión