CRÓNICA DE LA VISITA DE UN FOTÓGRAFO A LA ZONA CALIENTE DEL CONFLICTO, DESPUÉS DE LA FOTO DEL
Las huellas del conflicto están por todas partes. En las ventanas de las casas, trizadas por los impactos; en todas las pistas, con restos y piedras; en los rostros adustos, de todos los afectados; pero sobretodo, en el estado de ánimo de los cocachacrinos. Las simbólicas banderas de color verde fosforecente y el lema “agro sí mina no”, están en las retinas y en el subconsciente de todos. Ya sea que estén a favor o en contra de la protesta, el episodio Tía María ha marcado para siempre la historia de este pueblo, antes solo conocido por sus quesos y mantequilla.
FOTOS: Erick Rodríguez
La única forma de llegar a Cocachacra es vía Mollendo, en colectivos que llegan hasta “El boquerón”, a 14 kilómetros de Cocachacra. Allí están los únicos que hacen negocio con el paro: motociclistas que transportan a los viajantes hasta el pueblo por 10 soles. Adicionalmente, brindan servicio de información durante todo el trayecto, para que uno sepa como manejarse, aunque a nosotros nos cuesta trabajo prestarle atención pues la belleza del paisaje nos ha dejado sin aliento.
Atravesamos un pueblo semidesierto. Paisaje típico de feriado sumado al paro: algunas calles están bloqueadas desde el inicio del conflicto y todo el pueblo está en la plaza, aunque hay otros que han debido salir del pueblo o quedarse escondidos en su propia casa. El ondear de las banderas verdes le da un carácter épico al conflicto, aunque también ondean tétricos retazos negros con una calavera impresa como símbolo de la muerte del agro que provocaría la actividad minera y que, los activistas de la mina, describen como banderas terroristas.
A una cuadra de la plaza, nuestro motociclista nos informa que debemos bajar y seguir por nuestra cuenta. No podemos evitar una cierta opresión en el pecho. El oficio de fotógrafo no es precisamente el que suscitaría calurosas bienvenidas después de lo ocurrido con la foto del “miguelito”. Tal vez ya habían sido alertados de nuestra presencia y los “espartanos” nos estarían esperando, formados en fila con sus escudos de triplay que semejan la bandera peruana; y nuestra aventura periodística terminaría antes de lo previsto.
Pero no. Tras ser rodeados por mujeres que nos increpaban ser de “la prensa vendida”, alguien reconoció nuestro logotipo y se tranquilizaron una vez que repartimos todas nuestras tarjetas de presentación, para risa de los niños que venían detrás. Sus juegos frecuentes son ahora combates entre entre huelguistas y promineros. Unos hacen de espartanos con sus escudos de plástico y otros de policías llamados “FilosofeXXX”
Después de escucharlos durante una hora, preguntamos por las casas apedreadas, el auto incendiado y las familias refugiadas en Arequipa por haber sido agredidas, a lo que algunos guardan silencio y otros atribuyen a los malandros que recorren las calles por las noches, sin que hasta ahora la policía los haya detenido. ¿Por qué sí apresan a nuestros hermanos que sólo están protestando y por qué no hay ni un solo detenido que sea foráneo?, preguntan.
Una camioneta extraña aparece por una calle aledaña. La multitud, entre seria y en plan chacota la comienza a perseguir en medio de chiflidos. Nadie sabe quiénes son y todos asumen que es personal de la mina, hasta que desaparece raudamente de la vista. La tranquilidad vuelve a sus rostros.
De pronto, cuatro camionetas llegan a la plaza sin provocar reacción adversa. Más bien se calman. Son las ollas comunes que llegan para que todos se sirvan, sin distinción. La gente forma su cola ordenadamente y los que desean repetir pueden incluso variar el plato. Nosotros somos cordialmente invitados y aquellos tallarines con papa a la huancaína nos supieron a gloria.
Si va a haber un entendimiento, tendrá que ser alrededor de la olla común. Este es el momento mágico en el que todos se sienten hermanados. La sensación de unidad de destino es perceptible en todos los rostros. Si la olla común no falta, el paro podría prolongarse un mes más, a pesar que ya están enterados de la posibilidad de declarar la zona en estado de Emergencia.
Ante esa posibilidad se enardecen. Los policías, hoy en día, son sus enemigos declarados, a pesar que ya relevaron a Filosofexx y sus compañeros sin rostro. El disparo por la espalda que mató a Victoriano Huayna marcó un antes y un después en este paro. A los efectivos nadie les da de comer ni les vende algo. Sus raciones son escasas y ahora que ordenaron la presencia de otros dos mil efectivos, la precariedad de su situación, denunciada desde los primeros días, podría empeorar. Pero la gente cree que son pagados por la minera y por ello no se conmueve.
Después de comer, la gente escucha a sus líderes. Toman acuerdos hasta para las cosas menores. Arengan y reiteran su disposición de llegar hasta las últimas consecuencias. Por alguna razón la empresa Southern ha dejado en ellos imborrables huellas de arrogancia y falta de palabra. No cederán. No les importa perder sus cosechas si el impasse continúa. Con cada día que pasa están más convencidos de la justeza de su pedido. Niños y ancianos corean junto a los hombres que participan en los enfrentamientos: siempre de pie, nunca de rodillas.
Mientras esto ocurre en Cocachacra, los refugiados en Arequipa, “promineros” según los otros, comen de la olla común del Kentucky Fried Chicken. Se quejan porque a ellos, no sólo no les tocaría un plato, sino que, incluso, los “antimineros” se niegan a venderles alimentos en las bodegas. Entre ellos hay una mujer de unos 60 años cuya casa quisieron apedrear e incendiar hace pocos días. Ella les salió al frente rodeade de sus hijos menores y nietos. Al ver a los niños, los encapuchados siguieron de largo, pero ella, asustada, se vino a Arequipa, donde el Gobierno Regional les ha brindado asilo y los apoya con los alimentos. No deja de llorar cada vez que recuerda aquellos momentos de terror. Pero no todos necesitan este tipo de apoyo, muchos de ellos tienen familiares, y han comenzado a jugar en pared con los congresistas afines a su posición para pedir al gobierno la declaratoria de Emergencia de la zona. Quieren salvar su cosecha de arroz y retomar sus negocios: una cabina de internet, dos hostales, y un pequeño restaurante que daba de comer a la policía han sido apedreados.
Como los cocachacrinos opuestos a la mina, ellos también opinaron, y no niegan que esperan beneficios de la inversión. También tienen su sector radical, muy agresivo, los que han sido las primeras víctimas de los apedreamientos que comenzaron la noche en que murió Victoriano Huayna. Aquí, como en toda disputa, se ha evidenciado lo peor del ser humano. De un lado la violencia y la imposición de un paro; y del otro, el ninguneo, y en algún caso, hasta el racismo. “Los que protestan no son agricultores”, dice una señora blancona, refiriéndose a que no son propietarios de las tierras. “No son nadie para oponerse”, agrega, señalando que son migrantes de Puno que trabajan las tierras y “quieren ser pobres toda su vida”. Y para atizar la ira con violencia verbal, tienen en el congresista Juan Carlos Eguren su Jerjes, que clama por la imposición del orden con la presencia del ejército para que se lleve a la cárcel a todos los “terroristas antimineros”. El sol de la tarde cae sobre Cocachacra ya en diagonal.
Al despedirnos, quisiéramos evitar las nuevas batallas anunciadas y, tal vez, las nuevas víctimas de la efervescencia. Pasando por el puente Pampa Blanca, el Termópilas de esta guerra que ha enfrentado a muerte a los habitantes de un pacífico pueblo, invocamos a algún espíritu imparcial a no sembrarlo con cadáveres en los días que vengan. Y que esta sonrisa, sea el símbolo de la reconciliación por venir (MCC).
El Búho