Por: Rafael Belaúnde (Exministro de Energía y Minas)
El Perú representa únicamente el 0.25% de la superficie global. Pero ese pequeño espacio en el planeta lo ha convertido en el segundo productor mundial de cobre, el séptimo de oro, el segundo de plata, el segundo de zinc, el cuarto de Molibdeno, tercero de plomo, el cuarto de Estaño, etc. Es innegable que nuestro país está dotado de una excepcional riqueza minera.
El aporte de la minería a la economía nacional es el más importante de todos los sectores productivos. La minería aporta el 9.1% del PBI, pero toda la cadena minera, representa el 16% del PBI. La minería aporta el 13% del impuesto a la renta, el 10% de los ingresos fiscales, el 30% de la inversión extranjera directa, así como el 60% de nuestras exportaciones.
La pandemia golpea y avanza incontenible desde hace meses, a pesar de las severas medidas de restricción impuestas por el gobierno y los abnegados esfuerzos de los trabajadores de la salud. El costo en vidas ha sido -y seguirá siendo- desgarradoramente alto.
El encierro y la paralización económica han dejado -y seguirán dejando- enormes daños, no solo en el deterioro de nuestras cuentas macroeconómicas, sino, y, sobre todo, en los indicadores sociales. Sufriremos un aumento importante de la pobreza y pobreza extrema, muchas familias verán drásticas reducciones en sus ingresos, perdidas de sus puestos de trabajo y, en el caso de tenerlos, el consumo de sus precarios ahorros.
A nivel de industrias, sectores enteros están quebrados o a un paso de estarlo: turismo, hoteles, restaurantes, todos sectores intensivos en mano de obra, se enfrentan a pérdidas nunca antes imaginadas. Esto a pesar del enorme esfuerzo fiscal, emprendido por el Gobierno, para proveer de financiamiento y evitar la interrupción de la cadena de pagos. La caída en la inversión privada y la descapitalización de familias y empresas, ha sido brutal, y puede poner en riesgo lo avanzado en los últimos treinta años de estabilidad económica. Dar pelea a la pandemia y reconstruir la economía nacional son los dos retos más importantes de nuestro tiempo.
Revertir lo enunciado líneas arriba es posible. Pero requiere, en un corto periodo de tiempo, la inyección de una enorme cantidad de dinero. Felizmente, y a diferencia de la gran mayoría de países del mundo, el Perú tiene en sus entrañas los recursos suficientes para lograrlo. “Solo” es cuestión de decidirnos. Por ejemplo, en este momento, el Perú tiene en cartera 48 proyectos mineros que implican una inversión de US$ 57,772 millones. Si logramos que se concreten, no solo recibiremos esa monumental inversión directa, sino que, una vez en operación, proveerán de enormes recursos a las arcas fiscales por concepto de impuestos y regalías, generando además miles de puestos de trabajo permanentes para muchos peruanos.
Liberar el potencial minero del Perú es hoy una necesidad imperativa y una obligación moral con las generaciones venideras. Pero para lograrlo, primero debemos liberarnos de las taras que falaz y absurdamente han impedido que como país y sociedad abracemos esta extraordinaria dotación de recursos.
Bajo la falsa dicotomía de minería o agro; oro o agua; mina o vida; y otras proclamas parecidas, personajes con agendas políticas particulares y muchas veces intereses subalternos, han logrado infundir temor y rechazo en mucha gente noble y bienintencionada que al final termina oponiéndose a la minería. También es cierto que algunas empresas mineras han tenido formas menos que satisfactorias para relacionarse con su entorno, o han carecido de la pericia para convertirse en el buen vecino que por naturaleza, obligación y derecho deberían ser. El Estado también conlleva una cuota de responsabilidad por la desafección que mucha gente siente por la minería. Participando vía renta y regalías de cerca del 47% del negocio minero (sin invertir ni arriesgar nada),es inconcebible que en muchas localidades donde se desarrolla la minería, la presencia del Estado a través de obras de Infraestructura, Educación o Saneamiento, sea prácticamente nula.
Al comenzar el año 2020, solo por concepto de canon y regalías, los gobiernos regionales y locales tenían alrededor de S/. 12,000 millones de soles. Nueve mil millones, aún permanecen sin ejecutar. El dinero duerme en las cuentas bancarias, mientras pueblos dotados de una enorme riqueza subterránea, viven en la más abyecta pobreza, privados de los servicios más elementales. Esta mescla de incapacidad con indolencia, nos tiene que llevar a la reflexión. El reparto y uso de la renta minera debe ser parte de un debate impostergable, incorporando esquemas donde los beneficios se individualicen y se democraticen mucho más, como sucede en Alaska o Noruega, por ejemplo.
Somos un país dotado de enormes recursos minerales. Pero también con enorme potencial para la pesca, agro exportación, hidrocarburos, industria forestal, energía, turismo y mucho más. Nada nos debería de impedir ponerlo todo en valor. Dejemos atrás las supuestas incompatibilidades que solo habitan en nuestros prejuicios o trincheras ideológicas. Dejemos de ser una promesa incumplida. Seamos todo lo que podemos ser y conquistemos por fin nuestro destino.
Fuente: Gestión