Por Mónica Belling

La indecisión desde el ministerio de Energía y Minas frente a los grandes desafíos que tiene el sector apuntan a quien hoy ocupa el más alto cargo en la esquina de las avenidas Las Artes con Fray Luis de León. Sin embargo, lamentablemente el asunto va más allá de una gestión que por cierto vive ajena a la coyuntura, en un mundo de nobles visiones, pero carente de cimientos, cual castillo de naipes.

La política mineroenergética sigue en nebulosa y el clamor que muchas veces es dicho de manera intensa al interior del sector, respecto al accionar del ministro de Energía y Minas, quizá es el resultado de las recientes gestiones que trabajaron resolviendo el día a día sin construir esas estructuras, en momentos que el país debía seguir dando pasos de desarrollo para temas de interés común: el bienestar de la población.

En estos momentos, la frustración y el desconcierto ante algunas desatinadas acciones desde la cartera ministerial que otrora dio el primer impulso al país para salir del hoyo que se vivió, muy parecido al de Venezuela, empiezan a calar en el ánimo del sector empresarial. Al fin y al cabo, si bien la minería tiene visión de largo plazo y la riqueza que otorga los Andes peruanos tiene el reconocimiento global, es cierto que las grandes mineras van en manadas, lo cual dice mucho de la importancia de la Encuesta Anual del Instituto Fraser para todos los involucrados en el sector y que no solo ve el atractivo geológico, sino también la percepción de políticas mineras y de buenas prácticas en minería.

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Por otro lado, la pugna global por captar inversiones de esas magnitudes no es poca cosa en una época donde la guerra, entre los países poderosos, va a la yugular: las barreras económicas.

El largo plazo y el boom minero

En las últimas dos décadas, no cabe duda que la minería se convirtió en un sector estratégico para el Perú. Dinámico, fulgurante, captador de recursos y de tecnologías, que a fines de los 90 empezó a traer inversiones de reputadas empresas globales cuyos millonarios montos de inversión fueron motivo de admiración en la región y el mundo. Hoy, la ralentización sostenida preocupa a los peruanos conocedores, del largo plazo para este tipo de inversiones y del rol que cumplen los recursos minerales en la economía nacional para dar la posibilidad de una mejor calidad de vida. Lamentablemente la corrupción siempre ha sido la sombra de crecimientos disruptivos que no están acompañados de procesos de planificación.

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En la actualidad, algunas empresas mineras globales empiezan a evaluar su permanencia en el país. ¿Las razones? Son diversas, entre ofertas mejores de países vecinos y coyunturas globales de mercado. En tanto que en Perú el violento enfrentamiento de los poderes del Estado impide ver la necesidad de sentar estructuras sólidas para los tiempos difíciles en el planeta por las grandes transformaciones tecnológicas, geopolíticas y hasta filosóficas, en las que históricamente está visto que salen airosos los pueblos integrados por objetivos comunes. La crisis de gobernanza es también responsabilidad del Congreso que se resiste a reconocer su falla.

Debemos ser humildes y reconocer que en este aspecto Chile, Colombia y Bolivia cuentan con una política mineroenergética sostenida y coherente –desde distintas posturas ideológicas- lo cual trasciende a su política de Estado y no de gobierno como la que vivimos y que nos lleva a permanentes avances y retrocesos.

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Y viendo el vaso medio lleno, hoy en día gozamos de muchos beneficios consecuencia de la industria mineroenergética –incluye los efectos del gas de Camisea. Tras estas dos décadas es positivo que en sus reclamos los peruanos pidan que los dineros que recibe el gobierno, provenientes de los recursos de la Tierra, y en particular la minería, otorguen beneficios tangibles para una mejor calidad de vida –llámese educación, salud, infraestructura. También la población identifica que estas actividades desarrolladas por este nivel de empresas han dado oportunidades de mejora en diversos aspectos. El cómo dar grandes saltos para el crecimiento del bien común es una responsabilidad que asumieron gobernantes y legisladores. Patéticamente la prioridad del actuar cotidiano es el agresivo enfrentamiento.

Ahora más que nunca los funcionarios deben estar a la altura de las necesidades del país como un todo y tener la capacidad de resolver el día a día sin dejar de ver el horizonte. Ese es un clamor colectivo, absorto ante la indolencia colectiva.