Cuando se le preguntó a Roque Benavides por el supuesto fin de la minería en el país, tal como sucedió con el guano y el salitre, dos productos de antaño de la naciente época republicana, el afamado hombre de minas atinó a sonreír y responder que esto no se repetiría más, por dos simples razones: no afrontamos una guerra con otro país por ningún recurso y no hemos tocado todavía el último confín de riqueza mineralógica en nuestro territorio.
Lo último es quizá lo más importante, pues en el Perú, hasta el momento, no se ha descubierto un solo yacimiento que no tenga afloramiento a ras del suelo. “Y si un país presenta afloramiento de minerales en la superficie, eso quiere decir que también existe a nivel de profundidad”, según explicó el prestigioso ejecutivo en una charla magistral para el programa Cantera de Talentos para la Minería, que organiza el Instituto de Ingenieros de Minas del Perú.
Este potencial minero que yace en lo profundo de la tierra, si bien no ha sido delimitado ni cuantificado, parece prometer mucho y hace pensar al hoy presidente de Compañía de Minas Buenaventura que todavía tenemos actividad minera “por 600 o 1,000 años más”, más aún cuando esta se practica, mediante exploración o explotación, en apenas el 1.3% del territorio nacional, en la actualidad.
Es en esta pequeña porción del Perú donde hoy se construyen proyectos de gran magnitud como Quellaveco, Mina Justa, Toromocho ampliado y Ariana, los cuales, una vez en operación, engrosarán la producción total de cobre en 20%, y que bien podría ser mucho más si se gatillara todo el arsenal de proyectos mineros, cuya inversión asciende a más de US$ 53,000 millones.
Claramente, esta nueva generación de proyectos mineros en construcción fue descubierto hace 10 años o incluso más, y anteriormente también se tuvo la misma experiencia con otros proyectos de mayor antigüedad, como es el caso de Antamina, la cual se exploró a comienzos del siglo XX, se descubrió en la década de 1950 y se construyó en el 2002, a partir de una inversión superior a los US$ 2,000 millones, bajo el liderazgo de Augusto Baertl, eminencia aún vigente en la minería.
“El futuro del Perú está en su minería, así que, querámoslo o no, estamos obligados a poner en valor la cartera de proyectos mineros, pues permitirán la dinamización de la economía local, el desarrollo de infraestructura y la generación de mayores contribuciones al fisco”, reflexionó Roque Benavides.
Aportes de la minería
La industria minera, en su actual estado, es responsable del 10% del PBI, el 16% de la inversión privada, el 60% de las exportaciones, el 19% de los tributos empresariales y el 50% de la energía que se consume en el país. Con estas credenciales, es imposible ignorarla y tratarla como si fuera la rueda de reemplazo del vehículo que nos llevará al progreso social y económico.
Es más, se calcula que por cada puesto de trabajo directo en la minería, se generan nueve puestos de trabajo indirecto adicionales, con lo que hoy se estaría beneficiando un total de 2.07 millones de personas, y si consideramos que cada uno de ellos suele conformar una familia de 3 o 4 miembros, la cifra puede incrementarse a un rango de entre 6 a 8 millones de peruanos que dependen de la minería, pronosticó el empresario peruano.
Estabilidad para más inversiones
“Hay espacio para seguir practicando más actividad minera y llevar mayores beneficios de nuestra industria a más peruanos”, recalcó el ingeniero. La clave, confesó, está en promover la estabilidad a nivel político, jurídico, tributario y social, a fin de generar confianza y predictibilidad en las inversiones.
En esa línea, aclaró que es deber del sector privado invertir de forma eficiente y responsable bajo un enfoque de responsabilidad social compartida; en tanto, la responsabilidad del Estado es definir reglas claras y acelerar procesos, proveer servicios básicos y asegurar la contribución de los beneficios; mientras que las comunidades deben propiciar un clima de armonía y entendimiento, así como desarrollar capacidades que faciliten el trabajo conjunto.
Fuente: IIMP