La pandemia que venimos enfrentando nos ha mostrado las debilidades de diversos sistemas públicos, lo lejos que estamos de la inclusión financiera, la dimensión de la informalidad y también nos ha mostrado el impacto que los seres humanos tenemos en la naturaleza.
Las reglas de juego con las que veníamos conviviendo no eran parejas para todos, no me refiero a la economía, sino a las reglas de convivencia en el territorio. Un ejemplo es la forma como diseñamos las ciudades para el uso peatonal, del ciclista, del automóvil; como planificamos las áreas verdes y los espacios de recreación en nuestros distritos; o como establecemos la relación entre nuestra necesidad de producir versus las emisiones que pueden generarse.
Hoy es imprescindible pensar en nuevas reglas para una “Nueva Convivencia”. Quiero plantear tres ejemplos de estas nuevas reglas que deben ser consideradas por todos los niveles de gobierno, pero especialmente por todas las ciudadanas y ciudadanos.
Gestión de residuos sólidos
Hasta ahora hemos luchado por concientizar acerca de reducir la generación de residuos, reutilizar todo lo que podamos e incentivar al reciclaje. Hemos visto buenos ejemplos de ciudadanos y empresas que han asumido el compromiso de forma voluntaria y algunos municipios de avanzada que lo convirtieron en una buena práctica. Esto tiene que cambiar, en una “Nueva Convivencia”, necesitamos como país tener un comportamiento completamente distinto sobre los residuos.
Necesitamos avanzar hacia su valoración, la segregación o separación de los mismos ya no puede ser “voluntaria”, debe ser la nueva forma de manejar los residuos desde la casa, la empresa, la industria y el mercado. Así como en el nuevo modelo de mercado los comerciantes no deben vender en el suelo, debe haber medidas de limpieza para los productos y debemos evitar conductas de riesgo de contagio, guardando la distancia debida, el mismo cambio debe existir en nuestra conducta sobre el manejo de residuos.
No podemos seguir “botando la basura”, necesitamos “valorizar los residuos”. Por lo tanto, en todos los mercados, casas, empresas e industrias debe ser obligatorio segregar en la fuente y disponer los residuos de forma diferenciada.
La “basura” no debe existir. Bajo un enfoque de economía circular debemos ver todos los residuos como material valorizable, aprovechar esta ventana para transformar positivamente un problema en una oportunidad. La gestión integral de los residuos sólidos puede ser una gran oportunidad de generar empleo, dinamizar la economía de los más pobres y generar valor reduciendo el impacto ambiental de múltiples actividades.
Transporte sostenible
El transporte tampoco será el mismo. No podemos permitir regresar a las combis llenas y los buses humeantes que invaden todos los carriles en su loca y desenfrenada carrera por pasajeros. El modelo del transporte tiene que cambiar y no solo debemos pensar esto para Lima, tenemos el mismo problema en las principales capitales de las ciudades de todo el país.
Necesitamos avanzar hacia electromovilidad, usando energías renovables que permitirían aprovechar el extraordinario potencial eólico y solar que tenemos en el Perú.
Si además incrementamos el uso de bicicletas a través de la articulación distrital e incremento de ciclovías interconectadas, que a su vez se conecten con las rutas del transporte masivo de pasajeros, ofreciendo lugares de parqueo seguro podríamos mejorar notablemente el ordenamiento del transporte y además reducir la contaminación para tratar de mantener los niveles de calidad de aire que tenemos hoy.
Todo esfuerzo por reducir emisiones cuenta y si además lo hacemos para reducir las vinculadas al transporte tendremos un triple impacto: mejora de la calidad del aire, reducción del ruido y reducción del tráfico.
Capital natural
Este es el tiempo de voltear la mirada hacia nuestro capital natural, granos andinos y frutos amazónicos que además pueden ser no solo la base de una alimentación más saludable sino la materia prima de negocios sostenibles basados en la biodiversidad. Helado de copoazú, refresco de aguaje, puré de racacha, fideos de quinua y alcohol de papa son solo algunos de los ejemplos que podríamos tener, basados en productos que aún no consumimos masivamente y que pueden ser parte de esta “Nueva Convivencia” que pone en valor el capital natural.
Ahora nos alimentamos de la pequeña agricultura familiar. Esta “Nueva Convivencia” debe partir de la necesidad de poner en valor esta agricultura, la agroforestería y, en general, de consumir nuestra biodiversidad, de luchar contra la deforestación, no solo como principio sino porque necesitamos de los servicios ecosistémicos que nos brindan los bosques.
Disponer de agua dulce está estrechamente vinculado a detener la deforestación, la tala ilegal, la minería ilegal y no solo en la Amazonía, hay que detener también la depredación de miles de hectáreas de bofedales, pastos y bosques de las cuencas altoandinas.
Necesitamos aprender a relacionarnos de una forma distinta con la naturaleza, no solo considerando aquellos espacios que tenemos cerca y que podemos ver, sino especialmente aquellos espacios que no conocemos, pero que son imprescindibles para la vida.
Necesitamos pensar en nuevas reglas para una “Nueva Convivencia”.
Fuente: Gestión