Paul Lira

OPINIÓN
Paul Lira
DIRECTOR ACADÉMICO – UPC

El pasado 5 de diciembre Joseph Stiglitz, ganador del Premio Nobel 2001 en Economía, participó en el Panel de Defensa de los Derechos Humanos organizado por la ONU en la ciudad de Ginebra. Si bien, su ponencia no produjo titulares impactantes y hasta se podría decir que pasó desapercibida para casi toda la comunidad internacional, los conceptos que desarrolló son importantes, pues presentan una visión del capitalismo que está teniendo cada vez más adeptos y que vale la pena reseñar.

Adam Smith, nos enseñó que la persecución de los intereses particulares de cada individuo, llevaría a la sociedad -como guiada por una mano invisible- a obtener bienestar. Llevado al extremo y convertido en dogma, cualquier empresa podría argumentar que en tanto maximizara el valor de los accionistas, estaría haciendo la labor de Dios, aún si en el proceso no respetara los derechos de sus trabajadores o dañara el medioambiente.

Los últimos escándalos que comprometen a empresas globales líderes y que van, desde instituciones financieras comprometidas en abusivas prácticas crediticias, pasando por aquellas que subcontratan proveedores que fuerzan a sus trabajadores a aceptar condiciones laborales extremas, entre otros casos, tienen como denominador común, haber sido realizadas por empresas persiguiendo maximizar el valor de sus acciones; pero, que en el trayecto, han ido erosionando uno de los pilares fundamentales de la sociedad: la confianza. Una economía, al igual que una sociedad, no puede funcionar sin confianza; pero, escuchar al CEO de uno de los más grandes bancos americanos decir que aquel que confíe en otra institución es un tonto, dice mucho acerca de la importancia que algunas empresas le dan a este valor.

En los últimos años, algunas empresas han manifestado que es trabajo del Estado, determinar qué está bien y qué está mal y que, dado este marco legal, su principal labor es maximizar el valor de las acciones. Esta posición, si bien respetable, no se ajusta enteramente a la verdad, ya que a menudo son las propias empresas las que, a través del cabildeo, han empujado leyes que dan poco peso a los derechos de la sociedad y del medioambiente.
Nada más cierto, para que una sociedad funcione, esta debe basarse en derechos y en la esfera de los negocios, estos van desde los derechos de propiedad, hasta los de la libre movilidad de los capitales. Sin embargo, enfatizar estos, no debe significar dejar de lado otros: cada ser humano tiene el derecho a trabajar por un salario justo, que asegure un estándar de vida adecuado para el trabajador y su familia. En los EE.UU. la mediana de los ingresos es menor que la de hace 25 años; y, en el mundo, en los últimos 40 años, el 1% de los más ricos, se ha llevado el 15% del total del ingreso global.

Los derechos económicos también traen responsabilidades; empero, algunas empresas quieren disfrutar de los primeros, sin tener que enfrentar a los segundos. Las empresas deben ir más allá de perseguir, ciegamente, el maximizar la riqueza de los accionistas y empezar a ampliar su visión para involucrar a todos los stakeholders en el proceso de creación de valor. Algunas ya lo saben y han adoptado políticas de responsabilidad corporativa, pues, entienden que, si desean incrementar la riqueza de los accionistas, no se puede jugar eternamente juegos de suma cero; donde todo el valor, se lo apropian los stockholders y una parte muy reducida, se lo llevan todos los otros grupos de interés que interactúan con la firma.

Adam Smith entendía, correctamente, que el autointerés, no podía ser definido tan estrechamente; pero eso ha sido, lamentablemente, ignorado por sus seguidores modernos.