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OPINIÓN
Javier Portocarrero
DIRECTOR EJECUTIVO CIES (*)

Desde el año 2002 hasta el 2012, la demanda global de cobre creció en 36%, a pesar de una caída absoluta en los países desarrollados (-23%). China hizo la diferencia: su contribución al incremento en la demanda mundial superó al 100%, y su participación en el consumo mundial de cobre pasó de 18% a 43% en el período citado. Mientras tanto, el peso de las economías desarrolladas se desplomó de 53% a 30%. Así lo señala el profesor James Otto, quien esta semana es el conferencista principal en el seminario anual CIES 2013.

La hiperexpansión de la demanda china obedeció a su altísimo crecimiento económico a partir de un nivel bajo, en el que la propensión al consumo de metales es alta. Recordemos que hace diez años el ingreso per cápita chino era solo la mitad del peruano. Conforme los países se desarrollan, prosigue Otto, sube la demanda per cápita de metales, pero a partir de cierto punto, luego de que lo grueso de la construcción de viviendas e infraestructura ya se ha hecho, y la economía se orienta más a los servicios, la demanda per cápita de metales se debilita.

La buena noticia es que la mayoría del mundo está lejos de ese punto de saturación. La demanda per cápita de cobre se lentificaría recién en unos 20 años. China tiene todavía cientos de millones de habitantes que migrarán del campo a la ciudad en las próximas décadas. Y un hogar urbano consume entre 10 y 15 veces más acero que su similar rural. Además están India, el resto de las economías emergentes y África, continente que habría entrado ya a la etapa del despegue. Todas estas economías seguirán urbanizándose y crecerán, en buena parte, gracias a las oportunidades que crea el propio mundo emergente.

La mala noticia es que el 10% anual de crecimiento chino ya es cosa del pasado. En el corto plazo, era ese fuerte jalón de la demanda lo que impulsaba frenéticamente los precios, dadas las restricciones a la expansión de la oferta (períodos de exploración, escasez de equipos, conflictos sociales, entre otros). Por el contrario, en el largo plazo, conforme entran nuevas minas en operación, los precios tenderían a bajar hacia el costo marginal. Pero el propio coste marginal de largo plazo subiría, según vaya bajando la calidad de los yacimientos o vayan aumentando los impuestos o la tajada comunal de la torta.

(*): Opinión personal.