Orlando Marchesi (Socio principal de PwC Perú)
Cuando la OMS declaró al COVID-19 como una pandemia, los gobiernos no tardaron en tomar medidas drásticas para intentar frenar su avance: cierre de fronteras, movilización limitada, clases virtuales, trabajo remoto y la paralización de algunas actividades económicas. Pronto se informó que existía un grupo de riesgo: las personas con ciertas condiciones de salud preexistentes reciben el mayor golpe al contagiarse del virus. Lo mismo ocurre con la economía.
En marzo Dow Jones tuvo una caída de 12.97%, la segunda mayor en un día en su historia. Sin embargo, ¿hasta qué punto esta situación es consecuencia del COVID-19? Podemos estar de acuerdo en que la crisis económica global fue detonada por la crisis sanitaria, pero estaríamos perdiendo la oportunidad de aprender una lección importante si no aceptamos que el avance del COVID-19 solo ha empeorado esas condiciones preexistentes.
En el caso de países en desarrollo, esto significa economías vulnerables, con grandes brechas, dependientes, volátiles y, en el caso específico del Perú, informales. Un alto porcentaje de la población trabaja en pequeñas o medianas empresas que no tienen la liquidez suficiente para afrontar meses de paralización. Incluso las grandes empresas se han visto obligadas a tomar medidas drásticas para salir lo mejor posible de este escenario. ¿Qué debería cambiar para prepararnos mejor para el futuro?
En PwC, hemos ido observando la evolución de la situación global a lo largo de los años. En consecuencia, ya en 2017 identificamos un grupo de retos urgentes e interdependientes, que crecían rápidamente. El resultado de este análisis fue el marco ADAPT: asimetría, disrupción, edad, polarización y confianza (ADAPT por sus siglas en inglés). Las cinco variables cambiarán al mundo drásticamente en los próximos años. De hecho, ya lo están haciendo; por lo que hacer frente a estos retos es indispensable para nuestra supervivencia, y no solo desde el punto de vista empresarial.
La asimetría se refiere a la distribución desigual de la riqueza, entre regiones, países, generaciones e individuos; agudizada ahora por la pandemia. La disparidad entre países será cada vez mayor, a medida que los gobiernos adopten posturas más nacionalistas y proteccionistas, al priorizar el bienestar de su población. Mientras que, en el caso de los individuos, la paralización ha golpeado los sectores más vulnerables. En un mercado laboral como el peruano, esto significa menos recursos para quienes están entrando en edad de jubilación y jóvenes saliendo de las universidades para buscar oportunidades en un mercado golpeado.
La disrupción, si bien la asociamos principalmente con cambios tecnológicos, va de la mano con el cambio climático. En el caso de la tecnología, el aislamiento social ha acelerado los procesos de automatización de las empresas, por eficiencia y porque reducir costos es vital en tiempo de crisis. Mientras que, en el caso del cambio climático, muchos han resaltado la recuperación ambiental desde que las personas pasan más tiempo en casa. Sin embargo, este pequeño descanso de nuestras actividades no es suficiente y así lo han entendido tanto la Unión Europea como Corea del Sur, quienes están incluyendo una mirada de sostenibilidad en los planes de reactivación económica. Medidas necesarias, si consideramos que la pandemia se debe a una enfermedad zoonótica, por lo que esta no será la última vez que nos enfrentemos a una situación de este tipo.
En el caso de la edad, en algunos países la principal preocupación está en el envejecimiento de la población, con los retos que esto implica para el mercado laboral, el sistema de salud y de pensiones. En otros, la población es joven, en edad de trabajar o entrando a este grupo, en cuyo caso se encontrarán con un mercado golpeado, como ya se mencionó líneas arriba.
Finalmente, los últimos dos retos van prácticamente de la mano: la polarización es consecuencia de la falta de confianza en las instituciones, empresas y gobiernos.
Este marco permite enfocar la mirada en los aspectos críticos para adaptarse a un mundo cambiante. El “nuevo normal” no es único ni inmutable. Salir airoso de esta situación implica ajustar los modelos de negocio hacia aquellos que nos permitan repensar lo que entendemos por éxito. Atrás quedaron los años en los que podíamos definir nuestros logros de forma individual. Para ser exitosos en el nuevo normal debemos incluir las preocupaciones globales porque, y esto debe quedar claro, esta crisis no será la última. Es momento de dejar la fragilidad en la que las empresas hemos venido operando para estar mejor preparados para la siguiente ola, que podría estar a la vuelta de la esquina.
Fuente: PwC