Analizar qué se pretende y se necesita de una empresa puede ayudar a dejar de ser prisionero de un empleo.
Compañías que no esperan gran cosa de sus empleados, que no están dispuestas a promocionarlos ni a recompensarlos y no quieren saber nada acerca del compromiso o la lealtad. Trabajadores que sostienen una relación laboral con empresas en las que no confían y en puestos que no les aportan nada a su desarrollo profesional.
¿Hasta qué punto es sostenible una relación tóxica como esta? Aprender a diseñar la alianza trabajador-compañía y valorar qué quieres y necesitas para no estancarte y no caer en la frustración, puede ayudarte a dejar de ser prisionero de un empleo, actividad o empresa que aborreces
Ovidio Peñalver, socio director de la consultora española Isavia, se refiere a la necesidad de “diseñar la alianza”, que significa preguntarse qué es lo que una empresa espera de nosotros; qué esperamos de la organización en la que trabajamos, y qué pretendemos conseguir con esa relación profesional.
Nekane Rodríguez, directora general de Lee Hecht Harrison, cree que lo primero que debemos preguntarnos es por qué aguantamos en un trabajo que no nos aporta nada y del que nada esperamos. Puede ser por un salario, por comodidad o por miedo al cambio. Convertirte en prisionero de tu empleo depende en gran medida de tus prioridades: quizá esa empresa cubre una serie de necesidades que compensan otros aspectos de tu vida, o tal vez es que te da miedo irte y cambiar, dijo la directora general de la consultora española.
Rodríguez opina que “si esa actividad que aborreces te ayuda a cubrir necesidades que consideras más importantes que el propio trabajo, entonces puedes encontrar una razón convincente para permanecer en ella”. Es lo que José María Gasalla, profesor de la escuela de negocios española Deusto Business School, denomina una “posición existencial”, y que se refiere a que “se puede ir más allá del homo economicus, que necesita satisfacer una necesidad. Puede haber algo más”.
¿Qué te motiva?
El elemento económico sigue siendo uno de los principales cuando se habla de motivación, pero su impacto es a corto plazo, y más pronto que tarde se interioriza o se olvida. Las empresas deben trabajar con otros elementos cuyos efectos son a largo plazo. El salario, más que una motivación, es un básico, del mismo modo que el lugar de trabajo y los recursos para desempeñar una actividad excelente.
Tampoco el reconocimiento verbal basta. Sólo con eso no se ilusiona. Si el dinero no motiva y la palmada en la espalda no funciona, queda la carrera profesional. Pero gran parte de las organizaciones ya no son capaces de ofrecer las carreras que satisfacen a la gente. Muchas empresas lo explotan desde el punto de vista de la comunicación, pero no lo pueden llevar a cabo.
En todo caso, cuando ninguna de las dos partes (empresa y empleado) aportan gran cosa a la relación laboral, Gasalla cree que “la cuerda del desinterés puede estirarse mucho, hasta que una de las partes ve que no le merece la pena. No existe atención ni intención, ni se pone en marcha ninguna energía. Aparecen la abulia y la apatía”.
Nekane Rodríguez añade que “si es por miedo o por pereza hacia el mundo exterior, la cosa cambia. Cuando un puesto no te permite atender a aquello que es importante para ti como persona o en lo que se refiere a tu desarrollo profesional, debes marcharte”.
Fuente Gestión