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La pandemia del coronavirus ha provocado un paro en la economía mundial y, automáticamente, una contracción en la demanda de crudo. Aunque con semejantes fondos soberanos y reservas de hidrocarburos, Riad, Abu Dabi o Kuwait seguirán encontrando durante años la forma de zafarse, nada volverá a ser igual.

Pospetróleo

La epidemia acelera el fin de la era dorada del petróleo y Riad se apreta el cinturón

El ministro de Finanzas saudí anunció hace una semana un recorte presupuestario al borde del 10%, por valor de 24.500 millones de euros. Al mismo tiempo, triplicó el IVA del 5% al 15% a partir del 1 de julio. Un mes antes, retirará el suplemento salarial de 245 euros a los funcionarios, con el que en el 2018 el Estado quiso compensarlos por la introducción del IVA.

Eso sí, sus salarios básicos no se verán reducidos. Asimismo, Riad está destinando miles de millones a garantizar el empleo privado durante los próximos seis meses.

Donde también se avecina un redimensionamiento es en el programa Visión 2030, mimado por el príncipe heredero Mohamed bin Salman. Riad dice no tener alternativa, después de que en el primer trimestre los ingresos estatales cayeran un 22%.

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En total, se habla de un recorte de inversiones de ocho mil millones de dólares. Es una incógnita si la austeridad incluye al ministerio de Defensa, cuyas adquisiciones de armamento, básicamente estadounidense y británico, convierten a Arabia Saudí en el primer importador mundial.

Pero por otro lado, el fondo soberano saudí, el mayor del mundo, acaba de invertir 7.000 millones de dólares a la caza de gangas en acciones de grandes multinacionales de los países citados, desde BP, hasta Bank of America, Citibank, Merriott, Facebook o Walt Disney. No consta que al Pato Donald le haya temblado ni una pluma ante un inversor de espada tan afilada. Está por ver lo que sucede en las gradas del club de fútbol inglés Newcastle, si se confirma su adquisición.

Cabe señalar que más de dos tercios de los ingresos saudíes provienen del petróleo y que el barril de Brent cotiza ahora mismo a 30 dólares por barril, la mitad que cuando Riad elaboró sus presupuestos para el 2020.

Fondo soberano

El país diversifica su portafolio de inversiones a la caza de gangas en EE.UU.

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Parte de la responsabilidad está en el aumento de producción saudí de marzo, que hundió el precio por debajo de los 20 dólares, en teoría por desacuerdos con Rusia. Aunque en la práctica, a quien puso en la picota es a la industria estadounidense de hidrocarburos de esquisto, de extracción mucho más costosa que la saudí, la más barata del mundo.

El imprevisible príncipe Mohamed Bin Salman sigue firmemente al timón. Más todavía tras la última purga palaciega de marzo. Aunque Washington, molesto por el hundimiento del precio del barril –luego en parte corregido– ha retirado baterías de defensa antimisiles de Arabia, también valora los tres tabúes de la política saudí rotos por Bin Salman.

A saber, el heredero ha revertido la nacionalización del petróleo, culminada hace cuarenta años, con la salida a bolsa de Aramco. Aunque aún modesta y reservada a inversores de la zona, un precinto se ha roto. Otro es el regreso de las tropas de EE.UU. a Arabia Saudí, de donde tuvieron que salir a principios del milenio.

Por último, está su buena relación con Israel, en el preciso momento en que el Gobierno de Tel-Aviv acelera la anexión de tierras palestinas. Todo un contraste con la Arabia Saudí del rey Abdalá, el antecesor del actual rey Salmán, que és el padre del príncipe heredero, y que siempre empezaba la semana con un informe sobre Palestina.

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En cualquier caso, Mohamed bin Salman se enfrenta a un grave reto, apenas superado el desgaste del caso Khashoggi, precisamente en el año que debía consagrarle, con la organización en su territorio de la reunión del G-20.

De hecho, algunos analistas estiman que las economías del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) han tocado techo y que jamás volverán al nivel anterior a su valor anterior a la crisis, de 1,6 billones de dólares.

Cabe añadir que dos de cada tres saudíes trabajan para el estado, mientras que la fuerza de trabajo en el sector privado es abrumadoramente extranjera. El paternalismo asistencial había cre-cido a la fuerza desde el 2011, para evitar el contagio de las Primaveras Árabes. Ese remedo de estado del bienestar, se combinó luego con megaproyectos que deberían seguir generando empleo a medida que la demanda de petróleo fuera cayendo.

Fuente: La Vanguardia