Por Mónica Belling (*)
Amanecimos sin presidente de la República y una crisis política sin precedentes en casi un siglo de historia republicana de Perú, la misma que explota en la vida de dos jóvenes víctimas de la improvisación de quienes, por elección ciudadana, tienen la responsabilidad de los designios del país.
La violencia estallada es también el corolario de la ruptura de poderes que se dio al inicio de este quinquenio y que tuvo atrapado al país, como nunca antes entre cambios de ministros y gabinetes completos, como si el gobierno fuera un laboratorio de ensayos para aspirantes a la gestión pública.
Los cambios de presidentes y la disolución del Congreso de la República debilitaron drásticamente la poca institucionalidad del país, que es resaltado como punto flaco de Perú, en todas las evaluaciones a las que es sometido, sin importar las tendencias políticas de los evaluadores nacionales o internacionales. Los peruanos no queremos ser más víctimas de los apetitos por el poder sino vivir en un país digno, lejos del caos que parece estar a la vuelta de la esquina.
En 2021 serán las elecciones nacionales, justo en el año Bicentenario. Vivimos en pandemia y hay una crisis económica que es la peor sombra que pone en riesgo la vida y salud de millones de peruanos, así como el futuro de los jóvenes. El gobierno transitorio tendrá el desafío de gestar en esos 9 meses una patria sana y renovada; y para ello serán indispensables el consenso y la transparencia.
De lo contrario, la débil institucionalidad nos llevará a otra generación perdida, similar a la de los años 80 con pérdidas irrecuperables hasta ahora.
La gran mayoría de peruanos espera que el fortalecimiento del Perú sea el tema central de las negociaciones entre quienes hoy ejercen cargos políticos; y suspendan las componendas de intereses personales.
La crisis política y la pandemia desnudaron la falta de gobernanza e integridad de quienes están a cargo de la conducción del país.
Queda claro que el modelo actual de gobernanza política ha demostrado una serie de deficiencias estructurales graves, las cuales deben empezar a ser corregidas a la brevedad si es que pretendemos algún día llegar a ser una auténtica democracia.
(*) Directora de ProActivo