Paul Krugman

DESDE EL ORO DE VERDAD HASTA EL ORO VIRTUAL,ESTAMOS CAVANDO NUESTRO CAMINO DE REGRESO AL SIGLO XVII.

BAJO LA LUPA
Desayunando con Krugman
Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008. Es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

NYT SYNDICATE
Este es un cuento de tres pozos de dinero. También es un cuento de regresión monetaria —de la extraña determinación de mucha gente de hacer que el reloj retroceda siglos de progreso—.

El primer pozo de dinero es uno de verdad: la mina de oro a tajo abierto de Porgera, en Papúa Nueva Guinea, una de las mayores productoras mundiales de ese mineral. Esta mina tiene una terrible reputación respecto a abusos de derechos humanos —violaciones, palizas y asesinatos perpetrados por el personal de seguridad— y daño ambiental —vastas cantidades de residuos potencialmente tóxicos arrojadas en un río cercano—. Pero los precios del oro, si bien por debajo de sus picos recientes, todavía se encuentran tres veces por encima de lo que fueron hace una década, de modo que hay que seguir extrayéndolo.

El segundo pozo de dinero es mucho más extraño: la mina Bitcoin en Reykjanesbaer, Islandia. Bitcoin es una moneda digital que tiene valor porque… bueno, es difícil decir exactamente por qué, pero por el momento la gente está dispuesta a adquirirlo debido a que creen que otra gente estará dispuesta a comprarlo. De acuerdo con su diseño, se trata de una especie de oro virtual y como tal, puede ser “extraído”: se pueden crear nuevos bitcoins, pero únicamente resolviendo problemas matemáticos muy complejos que requieren mucho poder computacional así como mucha electricidad para que las computadoras funcionen.

Por ello se explica que esté ubicada en Islandia, donde la electricidad generada por fuentes hídricas es barata y existe abundancia de aire frío necesario para enfriar esas máquinas. Aun así, muchos recursos reales están siendo utilizados para crear objetos virtuales que no tienen una utilidad clara.

El tercer pozo de dinero es hipotético. En 1936, el economista John Maynard Keynes afirmó que era necesario incrementar el gasto del gobierno para restablecer el pleno empleo. Pero entonces, como sucede ahora, tal propuesta enfrentaba una dura resistencia política.

Así que Keynes sugirió una alternativa: hacer que el gobierno entierre botellas llenas de billetes en minas de carbón en desuso y dejar que el sector privado gastase su propio dinero para extraer esos billetes. El economista estuvo de acuerdo en que sería mejor que el gobierno construyera caminos, puertos y otras cosas útiles —pero incluso el gasto perfectamente inútil hubiera brindado a la economía el impulso que tanto necesitaba—.

Un argumento inteligente, pero Keynes no terminó ahí sino que prosiguió con subrayar que la minería aurífera se parecía mucho a su idea experimental. Después de todo, los mineros de oro excavan enormes profundidades para extraer dinero de la tierra, pese a que se podían imprimir cantidades ilimitadas de billetes a un costo irrisorio.

Y tan pronto como el oro era extraído, mucho de él era almacenado nuevamente, en lugares como la bóveda del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, donde cientos de miles de lingotes permanecen sin hacer nada en particular.

Pienso que Keynes se hubiera sentido sardónicamente sorprendido al constatar cuán poco ha cambiado en las últimas tres generaciones. El gasto público para combatir el desempleo todavía es un anatema y los mineros todavía están estropeando el paisaje a fin de acumular más cantidades ociosas de oro. Recordemos que para él, el patrón oro es una “reliquia bárbara”.

Bitcoin se suma a la broma. El oro, por lo menos, tiene algunos usos reales como por ejemplo llenar cavidades, pero ahora estamos quemando recursos para crear “oro virtual” que consiste en nada más que series de dígitos. No obstante, sospecho que Adam Smith se hubiera sentido consternado.

A menudo, Smith es tratado como un santo patrono conservador y, de hecho, planteó el argumento original para los mercados libres. Pero se menciona con menos frecuencia que también planteó firmes argumentos para la regulación bancaria —y que ofreció un clásico elogio a las virtudes del papel moneda—.

Es que él entendía que el dinero era una forma de facilitar el comercio y que el papel moneda permitía que dicha actividad se desenvolviese sin atar mucho de la riqueza de una nación a un “stock muerto” de plata y oro.

Entonces, ¿por qué estamos destrozando las sierras de Papúa Nueva Guinea para acrecentar nuestro stock muerto de oro y, todavía más extraño, haciendo funcionar poderosas computadoras las 24 horas del día para aumentar un stock muerto de dígitos?
Los adictos al oro dirán que el papel moneda proviene de los gobiernos, los cuales no son confiables pues pueden depreciar sus monedas. Lo curioso, sin embargo, es que pese a todo lo que se habla sobre la desvalorización monetaria, esta es difícil de encontrar.

No se trata solamente de que luego de años de terribles advertencias en torno a una inflación descontrolada, la inflación en los países avanzados es claramente demasiado baja, no demasiado elevada. Incluso si se toma una perspectiva global, los episodios de alta inflación se han vuelto raros. Pese a ello, el revuelo alrededor de la hiperinflación sigue siendo eterno.

Bitcoin parece derivar su atractivo de más o menos las mismas fuentes, además de una sensación de que es un asunto de alta tecnología y algoritmos, de modo que debe ser una cosa del futuro.

Pero no hay que dejarse engañar por estos signos de fantasía: lo que realmente está ocurriendo es una marcha hacia los días cuando el dinero equivalía a portar monedas de oro en la cartera. Por alguna razón, tanto en los trópicos como en la tundra, estamos cavando nuestro camino de regreso al sigloXVII.

Antonio Yonz Martínez
Traducción

Gestión