(Imagen: elmontonero.pe)

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Un cuento ilustrativo sobre la falta de escrúpulos de un personaje siniestro.

Marko era uno de los jocker más atrevidos del reino de Baraja, era astuto, calculaba cada uno de sus golpes para asestarlos allí donde hiciesen más daño. Desde pequeño ambicionó el trono de la Corona, empero el origen de su casta carecía del beneplácito y la gracia divina. Sujeto a esta circunstancia, su anhelo se transformó en resentimiento y la envidia generada le resultó irrefrenable.

Marko siempre disfrutó de pulular alrededor del poder. No pudo hacerlo de manera directa, así que diseñó una estrategia que lo llevó a vestir los hábitos clericales. Luego, empleó el púlpito como tribuna política, pues éste le concedía un halo de santidad. Sabía que debía cumplir votos de castidad, algo que no le agradaba en lo absoluto, así que habló para con su interior y se dijo: “Soy humano, soy de carne y hueso. Tú sabes que esto es solo un tránsito en mi vida y que los votos los eché cuales polvos antes de juramentar”.

Desafortunadamente, Marko halló la excusa perfecta para alcanzar mayor notoriedad y empezar a elaborar su discurso político, al cual denominó eufemísticamente “La defensa de la Creación”. Ergo, debía ser ambientalista, pero a su vez oportunista para enriquecerse aupándose a la novísima corriente y, quizás, a más de una musa encandilada. La defensa del ambiente siempre que responda a sus propios intereses.

Un día, un amigo cercano a Marko lo inquirió, -“¿Acaso Dios quería que nos quedásemos ocultos y atemorizados en una cueva? ¡No!, Dios, en su proceso de Creación, quiso que las personas nos realizásemos en el trabajo, y esta acción debía llevarse a cabo necesariamente sobre la Creación, a la cual hay que adaptarla y transformarla según nuestras necesidades individuales y colectivas”.

Marko indignado le respondió, “Yo me entronizaré como nuevo Rey de Baraja. No me interesa mentir ni ser injusto. Mi objetivo es la Corona. ¡No quiero hablar más contigo!, así que márchate y no me pidas mi bendición porque nunca creí en ello”.

Pronto, Marko se enteró de la ocurrencia de un accidente. Había que obtener el máximo provecho de la desgracia. Transformó en víctima al primer responsable, quien se perjudicó por hecho propio, y endilgó responsabilidad dolosa a quienes registraron pérdidas por lo acontecido.

Tras el accidente, Marko encontró la oportunidad que esperaba para alcanzar notoriedad. En adelante, ya no importaría quien resulte perjudicado o contra quién generar desconfianza, resquemores y recelos. Vestir hábito ya no estaba en sus planes. Tampoco le importó ser infiel a su baptisterio y, finalmente, traicionar al mismo Creador.

Marko ansía la Corona con mayor avidez. Ahora recorre el reino agitando a los súbditos por doquier. Dice que no quiere que Baraja se dedique a la extracción de minerales, que él sí está de acuerdo con la inversión, que tiene amigos que pueden realizar mejor esa actividad y que hay otras inversiones tan o más importantes que la extracción de materias primas. Sin embargo, no se los presenta al Rey de Corazones, de quien sólo espera que cometa un traspié para arrebatarle el sillón a su Majestad.

Marko, el jocker, aborrece que Baraja se haya convertido en una monarquía constitucional. No obstante, es consciente de que deberá aparentar y manifestar su respeto a los usos y costumbres de la sociedad. De manera soterrada buscará quebrar el sistema para avanzar paulatinamente en la transformación del reino. Marko desea edificar un reino símil de la monarquía caribeña absolutista.  Afortunadamente, años después, los libros de historia registraron que los demás súbditos lo rechazaron.

 

Por Guillermo Vidalón