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LAS EMPRESAS AHORA PREFIEREN PAGAR BONIFICACIONES A SUS EJECUTIVOS EN LUGAR DE APOSTAR POR EL LARGO PLAZO.

 

Las utilidades de las empresas están en bonanza en Estados Unidos, al punto que han alcanzado la más alta proporción del PBI desde la Segunda Guerra Mundial. Dadas esas boyantes condiciones, se podría imaginar que las empresas están invirtiendo como locas para tomar ventaja de todas esas grandes oportunidades.
Pero nada de eso. Si bien el ratio de inversión empresarial respecto al PBI se ha recuperado de las profundidades de la crisis financiera, todavía se sitúa cercano a los bajos niveles de ciclos previos. Así, las empresas no están invirtiendo sino repartiendo efectivo entre sus accionistas, una táctica que alguna vez estuvo reservada para incentivar a los ejecutivos que se habían quedado sin ideas. El 2011, el valor de la recompra de acciones equivalió al 2.7% del PBIen Estados Unidos y de 3.1% en Reino Unido.
A principios de la década de 1970, las compañías estadounidenses invertían quince veces más de lo que distribuían a sus accionistas, pero en años recientes ese ratio se ha reducido a menos de dos. ¿Qué provocó este cambio? En su nuevo libro “The Road to Recovery: How and Why Economic Policy Must Change” (“El camino a la recuperación: Cómo y por qué la política económica debe cambiar”), el economista Andrew Smithers argumenta que la principal causa han sido los incentivos para la gerencia.
Hoy en día, los pagos a los ejecutivos son principalmente bonificaciones y ya no sueldos. Estas bonificaciones están a menudo en función del precio de las acciones de la empresa donde trabajan, que a su vez depende de su capacidad para alcanzar su meta trimestral de utilidades por acción. Las recompras tienden a impulsar el valor de las utilidades por acción, en tanto que los planes de inversión pueden hacerles mella.
En su libro, Smithers escribe que: “El resultado de la creciente importancia de las bonificaciones y el uso de estas mediciones de desempeño es que la gerencia está ahora menos inclinada a asumir riesgos de corto plazo, tales como recortar los márgenes de ganancia, y más inclinada a asumir los riesgos del largo plazo asociados con la menor inversión y la posible pérdida de participación de mercado que resulta de tener márgenes más elevados”.
Existen otras evidencias de esta afirmación. Una encuesta académica realizada en el 2004 encontró que la mayoría de los gerentes consultados no llevaría a cabo un proyecto de largo plazo, si ello significaba que su empresa fuese incapaz de cumplir las proyecciones de utilidades en el trimestre.
Asimismo, un estudio ejecutado este año halló que las empresas que listan en bolsa y cuyos ejecutivos reciben bonificaciones ligadas al mercado bursátil, invierten considerablemente menos que las empresas no listadas y son menos receptivas a nuevas oportunidades de inversión. Los autores de este estudio indican que los resultados “son más consistentes con la visión de que las decisiones de inversión de las empresas que cotizan en bolsa están afectadas por el cortoplacismo gerencial”.
Muchos ejecutivos son recompensados en la forma de opciones sobre acciones sujetas al logro de metas. Las opciones son más valiosas cuando están vinculadas a un activo volátil -mientras más varíe su precio, es más probable que la opción sea ejecutada-. En vista de que los precios de las acciones están afectados por las tendencias en las utilidades, los ejecutivos tienen un incentivo para inclinarse por estrategias que hagan que las utilidades sean más volátiles.
En efecto, Smithers encuentra que las utilidades de las compañías listadas en bolsa se han vuelto más volátiles en años recientes. Hasta el 2000, las utilidades en las estadísticas de las cuentas nacionales estadounidenses tenían una volatilidad similar a las utilidades de las compañías del índice S&P 500, pero desde entonces, la volatilidad de estas últimas se ha multiplicado por cuatro.
Este cambio parece haber sido generado por la contabilidad de ajuste a precios de mercado (“mark-to-market”): las empresas elevan el valor de sus activos en las épocas buenas y lo reducen en las malas, pero en las cuentas nacionales no existe un equivalente a este método. En opinión de Smithers, ello significa que las utilidades estadounidenses están sobrestimadas, particularmente en estos momentos. Ciertamente, de acuerdo con las cuentas nacionales, las compañías estadounidenses han estado repartiendo efectivo a sus accionistas por más del 100% de sus utilidades obtenidas en el país.
Si las utilidades han sido sobrestimadas, lo mismo ha ocurrido con el valor neto de las empresas. Aunque se ha hablado mucho sobre el “desapalancamiento”, casi no existe ninguna señal en las cuentas nacionales de una caída en el ratio de la deuda corporativa no financiera respecto del PBI. En consecuencia, los peligros de una deuda elevada están subestimados de modo que un colapso en los precios de los activos todavía podría provocar una crisis.
La falta de inversión corporativa ha tenido efectos mayores. Las compañías han preferido incrementar su producción agregando empleo y no capital. En opinión de Smithers, esto explica por qué las cifras de productividad en Estados Unidos y Reino Unido han estado inusualmente bajas en los últimos años.
Smithers es una especie de intelectual disidente en los círculos financieros y económicos, pero sus argumentos son poderosos. Tal como lo hizo el 2000, cuando su libro “Valuing Wall Street” (“Valorizando Wall Street”) apuntó a los excesos de la burbuja de las dotcom. Pocos le prestaron atención en esa oportunidad. Más deberían hacerlo ahora.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez.
© The Economist Newspaper Ltd,
London, 2013.